Domènec. De lo moderno usado. Martí Peran

Domènec. De lo moderno usado. Martí Peran

A lo largo de poco más de una década el trabajo de Domènec (www.domenec.net) se ha concentrado en gravitar, con órbitas distintas en cada ocasión, alrededor de las paradojas, los desatinos y los fracasos de la arquitectura moderna. Esta prospección crítica de la modernidad – como se demostró recientemente en la exposición “Modernologías”- se ha convertido en uno de los relatos más interesantes entre los que componen la partitura del arte contemporáneo. La justificación de esta deriva ha de ser necesariamente compleja, pues responde a numerosos elementos. En primer lugar, representa una oportunidad idónea para someter los presupuestos utópicos a una severo correctivo; por otra parte, la modernidad revisada allana el camino para desarrollar un arte crítico desde la memoria colectiva con todos sus negativos intrínsecos; finalmente, y quizás más importante todavía, la constatación de las fisuras que atraviesan al proyecto moderno, permite diagnosticar con notable precisión muchos de los desajustes y desamparos ideológicos propios de la contemporaneidad heredera de ese mismo proyecto. Todo este abanico de narraciones son puestas en juego en los proyectos desarrollados por Domènec aunque, como veremos, con una serie de matices y añadidos que otorgan a su propuesta un valor singular.

El modo habitual de exhibir la caída del ángel de la Historia lo resuelve Domènec mediante dos gestos de talante bien distinto. El primero consiste en sintetizar los contenidos del programa moderno en maquetas a escala, al modo de objetos escultóricos con una función contra-conmemorativa. A su vez, la segunda operación consiste en instalar estas mismas maquetas en el interior del mundo real para que reciclen sus funciones y propósitos y, ante todo, para que los supuestos teóricos que contienen se sometan a la experiencia y al uso. Con este doble movimiento, los proyectos se convierten en operaciones de recontextualización, en las que los espacios y los tiempos se repliegan y desdoblan, denotando en cada movimiento lo que podría conservarse de la historia, lo que debe cancelarse y, sobre todo, lo que cabría reformular y adecuar a las necesidades reales.

Los ejemplos de esta suerte de metodología de trabajo son numerosos. En Existenzminimum (2002) el monumento que Mies van der Rohe dedicara a Rosa Luxemburgo, se convierte en un habitáculo portátil con un pequeño manual para su automontaje; la Taqueria de los vientos (2003) reconvierte la torre original de Gonzalo Fonseca para los Juegos Olímpicos México 1968 en una taqueria ambulante que, más allá de dispensar comida y simbolizar los derroteros de la economía informal, evoca la represión gubernamental que precedió a la inauguración de los Juegos que habían de modernizar el pais; Unité Mobile (Roads are also places) (2005) convierte una maqueta de l’Unité d’Habitation en un camión teledirigido que circula, ante la sorpresa de los habitantes del emblemático edificio de Corbusier, por las distintas dependencias del complejo habitacional en Marsella. En una perspectiva muy cercana, en Sostenere il palazzo dell’utopia (2004) los usuarios reales del edificio romano de Corviale, inspirado en las soluciones tipológicas del urbanismo moderno para higienizar las zonas periféricas, aparecen retratos sosteniendo la maqueta, de nuevo, de l’Unité, reivindicando así, como sucediera con la iconografía tradicional de los mecenas sosteniendo las maquetas de sus promociones eclesiásticas o palaciegas, su verdadero protagonismo y su legitimidad para modificar el edificio en función de sus reales necesidades. Todavía operando con esta misma lógica, y entre los trabajos más recientes, Superquadra casa-armário (2007) reinterpreta los bloques habitacionales de Lucio Costa en Brasilia al modo de prototipos de refugio.

Una cuestión fundamental en todos estos proyectos es su vinculación con el contexto específico donde se formulan y se ejecutan. En efecto, esa revisión de la modernidad no se resuelve de un modo abstracto y desde el horizonte de lo teórico sino que, por el contrario, se encarna en cada ocasión acorde a determinados episodios modernos propios del lugar. Así, por ejemplo, la taqueria se concibe y se ejecuta en México D.F y la casa-armário en Brasilia. Este detalle no es anecdótico sino todo lo contrario; es lo que permite, no solo interpretar el paradigma moderno dentro de un marco histórico y social específico sino también, y mucho más importante, acelera el cortocircuito por el cual lo moderno ideológico y programático desciende hasta el efectivo valor de uso que, necesariamente, lo subvierte en función de los imaginarios reales y las expectativas mundanas. Con ello, esta prospección de la modernidad acentúa el valor de la experiencia real como el lugar desde el cual articular la crítica e, incluso, concede al conjunto de trabajos una efectiva dimensión pública.

El determinante papel del contexto real es precisamente lo que se convierte en el núcleo de trabajos como Real Estate (2007) y 48_Nakba (2007). En esta ocasión, sin referentes modernos al uso, Domènec describe de forma copiosa la dimensión arquitectónica de la colonización sionista de las tierras palestinas que convierten al urbanismo judío en una arma de guerra. Ahora, de algún modo, todo ese bagaje adquirido en la revisión de la modernidad histórica, se pone al servicio de un documentado retrato de uno de los episodios más infames del presente posthistórico perfilado bajo un modelo único. Los últimos trabajos de Domènec, tras esta inflexión, en lugar de conceder el protagonismo a aquello que no aconteció, acentúan su aproximación hacía aquello que, como acción imperativa de supervivencia y de justicia, acontece por encima de las previsiones. Motocarro (2010), una reconstrucción del artefacto con el que el Plácido (1961) de Berlanga intentaba soportar las penurias de la posguerra, circula ahora por las calles de la misma ciudad en las que se rodó la célebre película, pero como un dispositivo móvil puesto a disposición de aquellos que lo requieran y como evocación de otros tantos lugares donde los motocarros continúan simbolizando la respuestas imaginativas a la carencia.

(Exit Express # 45, Junio 2010)

 

Acumulació per despossessió i paradigma «securitari». Domènec i la captació de l’ethos postmodern. Jordi Font Agulló

“[…] No s’ha de construir una muralla recta, sinó ondulada.”

Flavio Vegecio Renato, Compendio de técnica militar, segles IV-V

 

“[…] com que el món social està enterament present en cada acció ?econòmica?, cal recórrer a instruments de coneixement que, lluny de qüestionar la multidimensionalitat i la multifuncionalitat de les pràctiques, permetin elaborar models històrics capaços d’explicar, amb rigor i minuciositat, les accions i les institucions econòmiques tal com s’ofereixen a l’observació empírica. […]”

Pierre Bourdieu, Las estructuras sociales de la economía

 

“[…] La nostra sang està fora de la llei, es pot vessar, ens poden matar, massacrar-nos, amb una impunitat total.

Yitskhok Katzenelson, Le chant du peuple juif assassiné

 

“[…] Ombrívola serà la nit… escasses les roses.”

Mahmud Darwish, Menos rosas

 

1. A Palestina, des de 1948, moment en què es va crear l’Estat d’Israel, hi està succeint quelcom molt significatiu, que va més enllà d’aquest tros de terra i que ha anat prenent el caire d’una disputa de gran transcendència, si més no en l’àmbit del món occidental. La contesa entre els antagonistes és d’una duresa extrema i cada vegada queda menys espai per al diàleg. Fins i tot la compassió, si és que en alguna ocasió hi va ser present, ha desaparegut en la seva totalitat. En aquest sentit, els darrers desplegaments a gran escala del Tsahal (l’exèrcit regular israelià), tant en territori libanès l’estiu de 2006 com a la franja de Gaza a inicis de 2009, confirmen el predomini d’una lògica bel·licista que fa molt difícil l’arribada a uns mínims acords de pau entre israelians i palestins. La convivència entre aquests dos pobles sembla condemnada per sempre més a un fracàs estrepitós. De fet, es tracta d’una antiga enemistat de gairebé un segle que té el seu punt de partida en el plantejament, per part del nacionalisme sionista, d’un retorn a la hipotètica pàtria perduda: l’Israel bíblic de l’antiguitat. Quan es va començar a parlar, per part dels promotors del sionisme, d’una terra sense poble per a un poble sense terra, aleshores van esclatar, com no podia ser d’altra manera, els conflictes.

Com és sabut, Palestina, tot i la baixa densitat de població, durant la dècada dels anys quaranta del segle XX no era, precisament, un espai despoblat. Sota el domini imperial britànic, els palestins, en gran majoria àrabs de religió musulmana, ja mal compartien amb grups cada cop més nombrosos de jueus vinguts d’arreu els recursos exigus d’un lloc productivament molt limitat. Aquest litigi al voltant de l’escassetat regnant va pujar de to després de la Segona Guerra Mundial i especialment arran de les conseqüències que va comportar un dels episodis més horrorosos associat a la devastació bèl·lica: la Shoah o destrucció del poble jueu a Europa. Després de totes aquelles penalitats encara va augmentar molt més el desig del poble jueu per trepitjar aquella suposada terra promesa. La càrrega simbòlica va incrementar exponencialment en la mesura que el lloc mític també es va convertir en el lloc efectiu d’acollida de milers de supervivents de la política antisemita genocida portada a terme pel nazisme. A pesar que quantitativament la immigració més significativa va ser la dels jueus del Pròxim Orient mateix i el nord d’Àfrica, l’arribada de vaixells atapeïts de jueus alliberats feia poc temps dels camps d’extermini i dels guetos que s’estenien per l’Est europeu va tenir —a causa de l’efecte emocional que arrossegava el genocidi perpetrat pels nazis— un caràcter fundacional. Efectivament, l’any 1948 va néixer l’Estat d’Israel. Però l’edificació d’aquell nou ens polític, administratiu i també militar no es va materialitzar de manera fluïda i pacífica en una terra sense poble, tal com es promulgava propagandísticament des de les posicions sionistes més doctrinàries, sinó que tot aquell procés va esdevenir una nova història de violència.

Tanmateix, la comunitat internacional vencedora ho va consentir i, fins i tot, hi va contribuir activament, en especial els Estats Units quan van unir l’existència d’Israel als seus interessos geopolítics. Al capdavall —i això alguns estudiosos del plet palestí com Norman G. Finkelstein ho esmenten fonamentadament—, tant en el període d’entreguerres com durant i després de la Segona Guerra Mundial podia ser habitual, i no precisament condemnable, la utilització de mètodes com el desplaçament forçós de persones a fi de resoldre els conflictes ètnics. Malgrat aquella aparent i consentida normalitat, el que va tenir lloc sense cap mena de dubte va ser un terrible capítol de dolor, desarrelament i exili que va afectar una proporció considerable de la població palestina autòctona. És l’any de la Nabka (la desgràcia o la catàstrofe), tal com ho van denominar els palestins de manera justificada. A la llarga, ni tot el patiment ingent dels jueus a Europa ha pogut compensar el traumatisme que va causar la fundació de l’Estat d’Israel. Alguns historiadors israelians revisionistes, com és el cas d’Ilan Pappé, han desmuntat el mite fundacional i l’han capgirat amb arguments ben sòlids. Les noves recerques vinculen la represa nacional israeliana —a banda de la recreació mitològica d’un passat perdut present en tots els processos de construcció de les nacions— a episodis deshonrosos de violació de drets humans fonamentals, fins i tot tan abominables com la neteja ètnica mateixa.

 

2. Cal considerar, doncs, que la fundació de l’Estat d’Israel no va venir induïda només pel sofriment de la persecució nazi, tot i que sí que va ser un element que la va precipitar i, en certa manera, legitimar. Tant va ser així que el fet d’engendrar altres sofriments sobre el poble que feia segles que vivia i treballava en aquell racó del Pròxim Orient no va suposar, en primera instància, cap impediment moral per a l’empresa sionista. Del recorregut històric de l’Israel modern, resulta un fet ben significatiu —per la seva controvèrsia i les repercussions que li van lligades— que les víctimes —segurament les víctimes per excel·lència del segle XX— hagin engendrat unes altres víctimes perennes que deslegitimen la viabilitat de l’Estat i que el situen en guerra i mobilització permanent. A partir d’aquest cúmul de circumstàncies històriques ha sorgit una organització estatal amb unes peculiaritats que la ubiquen en l’avantguarda, entre altres coses, del tractament, l’invent i la forja de les memòries col·lectives i, particularment, també de les darreres formes de gestió i producció del capitalisme global. Israel és una paradoxa radical. Com assenyala la historiadora Régine Robin, es tracta d’una societat fragmentada, etnitzada, comunitaritzada que, alhora, és moderna, vinculada al desenvolupament de l’alta tecnologia i dels media més avançats, americanitzada, mundialitzada com totes les societats occidentals. Segurament, Israel és un lloc privilegiat per captar aquest ethos postmodern on la modernització més rampant, combinada amb el capitalisme més desregulat, conviu amb elements identitaris i religiosos regits per un atavisme sense barreres.

La ceguesa, com remarca Régine Robin, fa temps que sobresurt en aquell indret. En efecte, regna una mena d’indiferència sentimental i visual que dificulta percebre els palestins i la seva història. Tot plegat ha conduït —i s’ha accentuat en aquests darrers mesos en què han plogut les bombes des del cel sobre la deprimida terra de Gaza— a una política opressiva en tota regla que implica, emprant els mots exactes de l’autora mateixa, […] transformació del paisatge, destrucció de les antigues ciutats i pobles, reconstrucció dels pobles i creació d’altres assentaments; tot plegat respon a una organització simbòlica diferent de l’espai, a una transformació radical de la toponímia, a una quadriculació de les carreteres modernes que no tenen res a veure amb els antics camins. Es tracta de recrear el país, de tornar-ne a constituir la geografia, de redissenyar-ne el paisatge, de garantir-ne no només el domini físic, sinó també el domini simbòlic. I a partir d’aquí, més endavant, les noves colònies i assentaments, la desviació de les xarxes de canalització i d’irrigació, les autopistes de circumval·lació, el mallat del territori i la “bantustanització” dels territoris ocupats. […] Es tracta, indubtablement, d’una descripció molt afinada de la tessitura en què es desenrotlla, des de ja fa un període llarg de temps, l’aposta nacionalista israeliana. Una aposta, segons un altre historiador, Mark Mazower, en què la planificació espacial ha tingut des de sempre un paper de primer ordre i, a més, ha comptat amb unes fonts inspiradores que tenien el seu referent en l’escola alemanya de geografia econòmica d’entreguerres. Cosa que no és estranya si es té present —com ja s’ha remarcat— que la creença en l’Estat-nació ètnicament pur com a via de solució per a la distribució de la població i dels recursos va ser moneda corrent de canvi en els redissenys cartogràfics de la postguerra i en molts processos de descolonització. Per tant, en aquest sentit es pot dir que els arquitectes del nou Estat israelià no tenien res de singular pel que fa a l’assumpció d’uns criteris —discutibles i inhumans, tal com s’ha demostrat— emprats per molts altres pobles. No obstant això, sí que hi havia una diferència: la creació d’Israel suposava un acte de colonització clàssic en un moment de desintegració dels imperis. Tot plegat només podia comportar el conflicte, la resistència tenaç dels sotmesos i la debilitat del sistema democràtic.

Curiosa democràcia, per consegüent, la d’aquest Estat que es vanagloria de ser l’únic país de l’Orient Mitjà on funciona un sistema parlamentari homologable al de qualsevol país de l’òrbita occidental. En veritat, com succeeix amb moltes altres qüestions, Israel ocupa un escalafó capdavanter quant a una concepció de la democràcia cada vegada més en boga i que es caracteritza per la restricció de la participació democràtica, per l’encimbellament de l’individualisme i pel protagonisme central de les elits. El politòleg Sheldon S. Wolin ho ha descrit molt acuradament a partir de la terminologia de managed democracy i del desenvolupament de la noció de totalitarisme invertit que vindria a significar una connivència entre l’organització estatal, la participació activa i polititzada de les grans corporacions i la passivitat política acrítica de la majoria dels ciutadans. A Israel, en bona mesura, s’està donant aquest fenomen però amb una diferència a tenir en compte: això és el grau de mobilització militar a què està obligada una població instruïda a partir del conreu d’una cultura de la por i de l’amenaça exterior. En definitiva, una nació en armes des dels seus orígens contra uns enemics reals i potencials —la OAP, Hamàs, Hezbollah, Iraq, Iran… segons els moments històrics— que posarien en perill la seva integritat territorial i la seva supervivència identitària.

Aquesta situació d’alerta permanent ha col·locat Israel en el rànquing dels països pioners en la generació de tecnologies de seguretat i de protocols d’actuació tant en conflictes de baixa intensitat com en casos de guerra oberta. Aquests progressos tecnològics van adquirir una força inusitada des dels fets de Nova York de l’11 de setembre de 2001, que van inaugurar, com és sabut, l’època de la guerra contra el terrorisme global. De la mà de la política nord-americana desbocada i militaritzada, Israel ha confirmat a bastament el seu estatus de laboratori «securitari» i de societat-guarnició, tal com l’anomena el comunicòleg francès Armand Mattelart. Com a elements ben il·lustratius d’aquestes pràctiques «securitàries», l’autor mateix destaca el mur de formigó (security fence) de vuit i nou metres d’altura amb alarma electrònica, reforçat amb fosses i filferro espinós en alguns llocs, que està previst que tingui una longitud de 700 quilòmetres, la mateixa que la “línia verda” a Cisjordània, i que marqui la frontera fixada el 1967 durant la Guerra dels Sis Dies. Fins i tot, les coses van més enllà quant a gravetat a causa del fet que, ara per ara, la construcció del mur ja se salta arbitràriament la línia marcada a resultes del conflicte. Conscientment, l’Administració israeliana porta a terme una política territorial agressiva i de fets consumats amb l’excusa de la protecció de les colònies jueves que es troben enmig dels territoris ocupats palestins. Amb les defenses i les xarxes sofisticades de vigilància que les envolten, aquestes agrupacions d’habitatges contribueixen a eixamplar il·legalment el territori israelià i a reduir l’espai vital palestí. És una manera de fer que té en compte la perspectiva d’una futura partició de Palestina en dos Estats. D’aquesta manera, Israel, amb part de la feina feta, es quedaria amb el millor tros del pastís.

Tal com s’ha assenyalat, una de les prioritats de qui ostenta el poder polític a Israel és, almenys fins ara, ressaltar el seu caràcter modern i occidental, cosa que vol dir publicitar credencials i polítiques públiques democràtiques que, d’una o altra forma, encobreixin el panorama esgarrifós que assola el territori palestí i els seus habitants desplaçats i reclosos en emplaçaments residuals sense cap tipus de drets. Aquests grans erms on sofreix la població palestina són un escull a resoldre en l’agenda de planificació d’una reestructuració territorial que el poder israelià considera inacabada. De fet, les maniobres emmascaradores en què la cultura juga un paper actiu són ben pròpies de l’Occident capitalista, sobretot des de la dècada dels anys vuitanta, quan les grans corporacions privades i l’Estat, amb un paper subsidiari, van establir una relació ben estreta. Un vincle que reunia el patrocini empresarial amb la política pública. Per consegüent, aquesta unitat va connectar, d’acord amb la investigadora Chin-tao Wu, les arts i la cultura amb l’esperit del lliure mercat tan apreciat en la dècada de Reagan i Thatcher. Però no només va comportar aquesta mutació significativa, sinó que també va implicar, tot emparant-se en les maneres de fer del sacrosant mercat, que l’art jugués un rol de marxandatge identitari i consensuador. Malgrat tot, cal assenyalar que, en algunes ocasions, en les polítiques artístiques institucionals —públiques o privades— apareixen ambivalències que obren viaranys per on circulen discursos antagonistes poc simpàtics amb el poder instituït.

En una conjuntura tan poc edificant des del punt de vista moral com és el cas de la d’Israel, per tant, no resulta estrany que es promogui l’intercanvi cultural i artístic amb altres Estats modèlics, en principi, en relació amb els paràmetres de definició del que es considera una democràcia. En aquest sentit, portar a terme intercanvis artístics es podria entendre com un signe de normalitat i, en bona mesura, fou arran d’aquesta via que Domènec va fer el seu primer viatge a Israel l’any 2006. Però, com s’ha remarcat, dins la institució també es produeixen esquerdes que permeten que alguns artistes, gestors i comissaris treballin amb llibertat crítica i voluntat subversiva. Domènec i els seus amfitrions israelians van explotar, tal com palesen els projectes realitzats, aquesta escletxa. Per altra banda, si es té en compte la seva trajectòria en els darrers quinze anys, tampoc és inusual que anés a raure a Israel.

D’aquest artista destaca el seu treball a l’entorn de la crisi del projecte modern i les mutacions postmodernes ocorregudes des del darrer terç del segle XX. Domènec acompleix aquesta elecció artística a partir d’una concepció cada vegada més expandida de l’escultura amb l’ús de dispositius tècnics i de presentació diversificats en què el reciclatge protoarquitectònic i el procés paradocumental tenen un paper preponderant. Així doncs, podríem afirmar que, tot emprant l’arquitectura com a via d’aproximació metonímica, Domènec ha confegit una veritable prospecció sobre les pretensions utòpiques de la Modernitat. D’aquesta manera, tot situant-se en el terreny d’un postmodernisme crític —que es distingeix d’aquell afirmatiu i claudicant que no fa res més que cantar apologèticament la desfeta de l’humanisme radical i de les propostes socials que pugnen per la igualtat—, opta per l’adopció d’un compromís rebel que, si bé s’interroga sobre les limitacions de la Modernitat, insisteix a mostrar que l’ordre heretat és més l’expressió d’un naufragi que no pas la plasmació d’una superació positiva de quelcom esgotat. En definitiva, el seu posicionament crític l’ha conduït a escodrinyar en la medul·la del potencial utòpic modern a fi de reinterpretar-lo i reubicar-lo. És a dir, amb l’objectiu de retornar-li un sentit enmig del caos sistèmic i la fragmentarietat que ens embolcalla. Principalment, aquesta operació l’ha portat a terme, tal com ja s’ha esmentat, explorant el potencial transformador i l’imaginari utòpic que va posseir l’arquitectura moderna. Projectes rellegits d’arquitectes com Alvar Aalto, Le Corbussier o Mies van der Rohe, per citar-ne alguns, li han servit, en el passat, per treure a la llum de manera molt productiva i pedagògica les carències, les paradoxes i les voluntats de canvi que contenia el polièdric pensament modern. D’aquesta manera, les seves relectures, que es plasmen objectualment en maquetes sovint descontextualitzades del seu marc d’origen i funcionalitat, esdevenen miralls d’una Modernitat en crisi i de la desorientació postmoderna i, a més, rellancen, després d’un procés de despullament de qualsevol plantejament grandiloqüent, les virtuts utòpiques modernes per tal de ser aplicades en un context quotidià.

El seu viatge a Palestina, convidat a una residència per un organisme israelià (Jerusalem Center for The Visual Arts), el podia haver portat amb molta probabilitat a continuar en aquesta línia de treball. De fet, un nombre significatiu d’arquitectes identificats amb el racionalisme van acabar construint a Israel. Tel-Aviv és una de les ciutats del planeta que concentra més edificis d’aquestes característiques. En primera instància, no semblaria contradictori que el lloc concebut i designat tantes vegades com la terra promesa acabés allotjant una arquitectura pensada per millorar les condicions de vida de la humanitat, però si ens atenem al procés fundacional d’aquest Estat, a la trajectòria i al moment actual, la contradicció es fa malauradament evident. És més, no és agosarat afirmar que les tan esmentades paradoxes implícites en la Modernitat prenen una visibilitat inusitada en cadascuna de les accions israelianes a Palestina. Certament, un dels indrets del globus terraqüi en què la via humanista emparentada amb els discurs modern ha mostrat un fiasco més clamorós és Israel. Cal tenir en compte, per exemple, que en els seus inicis la realitat estatal hebrea va tenir connexions ben directes amb versions del laborisme i del socialisme. Tot amb tot, com és sabut, això no va evitar l’aïllament forçat d’una gran proporció dels habitants palestins que residien en aquelles contrades. Una segregació que no s’atura, sinó que en l’actualitat s’accentua.

Enfront d’aquest panorama en què aflora la brutalització de la quotidianitat, Domènec no va romandre impassible. Podria haver estat interessant, però no n’hi havia prou amb la fixació del seu esguard escrutador en alguna construcció arquitectònica emblemàtica. L’especulació metonímica al voltant d’algun rastre arquitectònic modern enmig de tanta injustícia i barbàrie podria haver adquirit el caire d’un mer exercici formalista, una tria propera a una mena de replegament inoperant i despolititzat, tal com ho diria Dominique Baqué. Domènec, doncs, es va veure —i es continua veient— atrapat i corprès per un univers viu i vibrant que exposa a la vista la condició última de la política postmoderna. Més encara, podríem convenir amb George Arthur Goldshmidt —periodista citat per Régine Robin en el seu llibre sobre les dinàmiques de la memòria amb relació a la història— que en aquest punt minúscul del planeta hi ha en joc, potser, el destí mateix de la memòria col·lectiva occidental. Sense cap mena de dubitació, cal asseverar que la conducta guerrera i humiliant israeliana sobre el poble palestí difama el record de la tragèdia del poble jueu en mans de la criminalitat nazi. Com és sabut, Auschwitz posa en una situació d’escac i mat el monument intel·lectual de la Modernitat, però, alhora, les massacres de Sabra i Shatila o els darrers bombardejos sobre la deprimida franja de Gaza, amb totes les distincions que es vulguin, segueixen una determinació que només pot acabar engreixant l’univers obscur de la barbàrie.

Arribats a aquest punt, entren en qüestionament i perden pes, fins i tot, els arguments esgrimits per tots aquells que de la memòria de la Shoah han fet i fan el model per erigir una crítica negativa de la via moderna occidental. Evidentment, això no significa que deixin d’haver-hi motius per avaluar amb totes les seves contradiccions latents i visibles el projecte modern —els orígens fundacionals d’Israel no es poden entendre d’altra manera que no sigui en aquesta clau paradoxal de la Modernitat—, però el veritable problema comença quan aquella memòria de la ferida dels camps d’extermini esdevé un instrument per justificar comportaments execrables. La incongruència moral resulta letal i el record sublimat de les víctimes es converteix en quelcom banal, litúrgic i ritual al servei d’una causa que ignora conscientment la immoralitat dels mitjans emprats. Les seqüeles són la Modernitat doblement ultratjada i la manipulació de la memòria del crim comès sobre el poble jueu durant els anys de plom a resultes de l’expansió criminal de l’imperialisme alemany. Un episodi que ha deixat un rastre commovedor gràcies a milers de testimoniatges i obres literàries excepcionals com ara, per exemple, el llarg poema escrit en yiddish Cant del poble jueu assassinat del poeta Yitskhok Katzenelson, portaveu i emblema del sofriment causat per l’anihilació del ghetto de Varsòvia, que va acabar gasejat a Auschwitz. En veritat, aquest és l’enorme desencís que ens aclapara, en percebre l’herència testimonial de la Shoah (edifici cultural humanista indiscutible) rebregada per la conducta sovint infame de l’Estat d’Israel. En aquest sentit, i a títol individual, és ben significatiu el recorregut vital de la supervivent del camp de Bergen-Belsen, Hannah Levy-Hass, mare de l’eminent periodista israeliana Amira Hass. Aquesta dona va veure com tots els seus móns s’enfonsaven: l’assolament de la minoria jueva a Europa, la implosió del socialisme a la seva Iugoslàvia natal i, finalment, la gran decepció de la seva casa d’adopció, Israel, que ben aviat va anunciar el seu caràcter colonialista.

Per tot això, i sense deixar de banda altres aspectes ja comentats a l’entorn de l’organització capitalista de la producció, Israel té aquest vincle tan estret amb la condició de la postmodernitat. Israel-Palestina són, per tant, una realitat i una metàfora del terrible atzucac en el qual es troba l’home contemporani. Amb el viatge a l’Orient, l’obra artística de Domènec ha experimentat un canvi, però no pas en un sentit iniciàtic neoorientalista i de retrobament amb el més pregon de l’essència del seu ésser, sinó que s’hauria de parlar d’una repolitització dels seus procediments estètics. Aquesta transformació, viva i sense signes d’haver finit, li ha permès la captació de les rutes per on es desplacen l’economia política i el capital simbòlic d’última generació. En conseqüència, el viatge, o millor dit, les diferents estades a Palestina, lluny del turisme cultural benpensant, l’han ajudat a afinar encara més el seu procediment artístic, que ha passat de fer paleses les mancances de la Modernitat a desvelar les disfuncions del moment postmodern en un lloc específic.

 

3. Per bé que vivim en una època en què el fet de viatjar ha degenerat en una activitat consumista i frívola, també és veritat que hi ha qui n’extreu lliçons apassionants que processa en actes creatius i de coneixement que poden tenir un interès públic i general. El dramaturg anglès David Hare és un d’aquests casos. Arran d’una estada a Israel i als territoris palestins l’any 1997 va néixer el monòleg Via dolorosa. Una obra d’estil àgil i irònic tal com confirma el següent fragment: “[…] No hi ha res que et prepari per al xoc físic del pas a Gaza. Un escriptor deia que anar amb cotxe d’Israel a la franja de Gaza és com anar de Califòrnia a Bangladesh. T’acostumes tant a les autopistes amples i a la fàcil sensualitat d’Israel, que és la visió de la pols, una pols sobtada, una tempesta marró i gegant d’autèntica brutícia el que t’avisa que ets a punt d’entrar en una societat on la gent guanya exactament un 8% del que els seus oposats guanyen a Israel. […]”. Sens dubte, aquesta descripció impressionista mostra amb escreix el drama i el deteriorament que assola la disputada Palestina. Domènec, per la seva part, sense anar a Gaza però desenvolupant un intens treball a mig camí entre la manera de fer detectivesca i la deriva situacionista a la ciutat dividida de Jerusalem i als territoris ocupats de Cisjordània, ha aconseguit traslladar-nos la inquietant naturalesa que ha adoptat en l’actualitat el projecte econòmic i polític israelià. Com sol ser habitual en la seva obra, amb un exercici d’estil auster coronat per la distància crítica i la ironia, perfila un retrat dissident que, no per insòlit, deixa d’aportar una crítica eficaç i accessible.

A fi d’atènyer el seu propòsit —ja hem remarcat que en aquesta ocasió no treballa al voltant de cap paradigma arquitectònic concret o autorial—, l’operatiu amb què ha desplegat la seva reapropiació estètica ha tingut presents tres vèrtexs de la societat israeliana: la seguretat i la guerra; el fet d’habitar associat a una economia amb uns trets colonialistes molt singulars, tal com veurem; i, per últim, les víctimes i la seva memòria. És evident que el plantejament expositiu implica una desorientació prèvia que es transmuta, però, en un brillant instrument de reflexió crítica. La vaga recreació d’una oficina de propietat immobiliària (Real Estate) amb els seus hipotètics materials promocionals podria semblar una provocació a l’hora d’acarar-se amb la realitat d’una societat tan trasbalsada. Tanmateix, la incursió de l’artista en la quotidianitat fa palès que no hi ha activitat econòmica neutre. Sempre respon a la presència intensa, tal com va subratllar Pierre Bourdieu, del món social.

En el cas israelià-palestí, atesa la gravetat del conflicte, el fet mateix d’habitar i situar-se en el territori —encara que sempre la té en tots els llocs— adquireix una connotació política molt més forta, i fins i tot esdevé un acte de violència colonialista amb conseqüències detestables per a la gran majoria palestina desfavorida. Domènec ho presenta irònicament a fi de fer-nos-ho entenedor, però la vida real és molt pitjor. És cínica i no hi ha cap impediment al fet que en la premsa israeliana apareguin anuncis immobiliaris que fan referència a habitatges que es troben dins els territoris palestins ocupats il·legalment. La venda d’aquests habitatges és possible i, a més, s’impulsa com una eina més de l’estratègia de dominació israeliana. Però dur a la pràctica quotidiana qüestions com l’afermament progressiu d’aquests assentaments de colons que es creuen pioners d’una causa messiànica i, a més, fer que sigui viable, requereix l’assumpció d’una política «securitària» extrema que té unes seqüeles catastròfiques en l’àmbit de la societat civil. És la restricció democràtica sense aturador, cosa que li confereix, malauradament, un paper modèlic. Naomi Klein ha expressat de manera ben cristal·lina en què consisteix aquest protagonisme israelià en el campionat global de la seguretat. Sobre aquest assumpte, l’analista canadenca ve a dir el següent: a Sud-àfrica, Rússia i Nova Orleans, els rics construeixen murs al seu voltant. Israel ha portat aquest procés un pas més lluny: construeix murs que cerclen els pobres perillosos. Es tracta, remarca Naomi Klein, del millor exponent del capitalisme del desastre. De cap manera es tracta de retòrica anticapitalista. Per exemple, fa ben poc s’ha donat a conèixer un projecte de la ciutat de Rio de Janeiro que consistirà en el bastiment d’un gran mur que circumdarà els barris depauperats que es coneixen amb el nom de faveles.

Aquesta darrera definició que apel·la al desastre escau perfectament a tot allò que copsa Domènec i que ens exposa per mitjà dels materials que complementen i donen sentit a la seva suposada oficina immobiliària. D’una banda, un documental fragmentat —ben lluny de la linealitat de la narrativa visual televisiva— i expandit en quatre proposicions temàtiques que reflecteixen el trencament cívic i territorial i, per tant, la impossibilitat —tot i l’existència d’activistes d’esquerres pròpiament jueus que recerquen una via alternativa de conciliació— d’implantar una certa cohesió social davant l’avanç inexorable d’un comunitarisme que es fonamenta en la desigualtat i l’explotació. Un mot, aquest darrer, que perd pes de manera gradual perquè, des de l’arribada dels jueus de la desapareguda Unió Soviètica a inicis dels anys noranta, la població palestina ja no és considerada productiva, i aquí rau la singularitat del colonialisme tardà israelià. Tractada com a residu molest, se la té desplaçada i ubicada en grans presons que són els territoris ocupats mateixos i la seva presència esdevé el pretext essencial, a través del manteniment d’un conflicte permanent de baixa intensitat, per impulsar una pròspera indústria de la seguretat. Malgrat el desastre, les taxes de creixement de l’economia són enormes, comparables, segons Naomi Klein, a les de Xina i Índia. L’estat latent de guerra constitueix l’espina dorsal del capitalisme israelià. El manteniment d’aquest clímax de tensió s’expressa, en opinió d’Ariella Azoulay i Adi Ophir, en l’equilibri inestable entre la violència suspesa quotidiana (és a dir, la presència certa però oculta de l’amenaça d’un hipotètic ús de la força) i la violència espectacular que no para atenció als mitjans emprats i que s’aplica en algunes situacions d’acreixement de la resistència dels oprimits. A més, gràcies a l’extrapolació planetària de l’estat d’excepció promogut fins fa ben poc per l’administració dels Estats Units de l’expresident G.W. Bush, els beneficis no han deixat d’augmentar.

De l’altra, una edició especial, una mena de publicació que s’inspira en els suplements d’anuncis immobiliaris que Domènec converteix en un catàleg que documenta i verifica fotogràficament què és una societat segmentada i presonera d’unes dinàmiques econòmiques sense escrúpols: assentaments jueus en barris àrabs i palestins de Jerusalem, el mur de la vergonya en construcció, cases palestines enderrocades, camps de refugiats, colònies jueves en territoris ocupats, emprenyadors punts de control (Check points), restes d’antigues viles palestines d’abans de 1948. En definitiva, l’estrident constatació que els sectors dominants israelians han optat per la via d’una fortalesa futurista que s’autoconcep amb les suficients facultats per tal d’assegurar-se la supervivència i la primacia malgrat estar envoltada d’enemics, el caos i la humiliació indigna que ella mateixa produeix. El sofriment és el negoci: tecnologies de vigilància, companyies de seguretat, més privatització i restricció dels serveis socials, indústria armamentística i l’edificació d’un mur sinuós i ondulat que estigui preparat per contornejar —i penetrar ofensivament quan calgui— el territori de la població considerada com a sobrant i no productiva.

 

4. En una cançó del compositor Kurt Weill es fa esment a un suposat espai utòpic, de nom Youkali, que vindria a ser el recer de la felicitat i del plaer, el país dels nostres desitjos que s’esfondren en adonar-nos que només s’ha tractat d’un somni, d’una follia passatgera. A Israel, la bogeria no és passatgera; és crònica i negativa i, a més, es decanta cap a la consecució d’una utopia degenerada que ben bé es podria encarnar en el nom enigmàtic de Baladia. Enmig del desert del Negev, el Tsahal i l’exèrcit dels Estats Units experimenten tècniques de lluita contrainsurgent en els carrers i les cases d’una ciutat-simulacre, Baladia, que és una rèplica exacta d’una localitat palestina. Aquest és el taller, la incubadora d’empreses de l’època «securitària». Per desgràcia, Israel-Palestina camina cap a una polarització extrema. D’un costat, la ciutat-ciutadella i, de l’altre, la proliferació dels gegantins guetos segregacionistes a la franja de Gaza i a Cisjordània. L’escriptor libanès Elias Khoury rebla el clau quan afirma que els polítics israelians responsables del confinament per mitjà de la força militar no tan sols estan oblidant la història d’opressió del seu poble mateix, sinó que sembla que hagin decidit identificar-se amb els seus assassins i imposar als palestins que esdevinguin els jueus dels jueus. Aquest darrer joc de paraules no és, precisament, una diversió; és una crua realitat sobre la qual Domènec, conjuntament amb Sàgar Malé, ha treballat de manera sòbria i convincent en els plans fixos del treball videogràfic 48_Nakba. Efectivament, cinc entrevistes a palestins que fa ja més de seixanta anys que malviuen en camps de refugiats dins el seu propi país —quina paradoxa ser un exiliat a la casa d’un mateix!— reflecteixen la marginació de tot un poble i l’intent de la seva anihilació cultural i identitària. Un anorreament que es porta a terme a diari mitjançant l’execució d’un pla sistemàtic que té per objectiu esborrar tots els referents que poden proporcionar l’esperança de mantenir en el present els vincles amb el passat recent perdut. Però hi ha més que això, ja que queden evidenciades l’agressió i la mutació físiques exercides sobre la geografia palestina a través d’un procés de despossessió dels recursos que no té altra destinació que l’acumulació capitalista. Es tracta d’una reorganització espacial, emprant la terminologia del geògraf David Harvey, que es materialitza sota pautes polítiques neoconservadores dirigides vers la imposició d’una lògica territorial d’ordre i control i sota els impulsos econòmics atiats per la privatització neoliberal en un indret on no hi ha abundància de recursos. L’aigua, per exemple, n’és un cas ben explícit. Tot plegat ofereix unes enormes oportunitats al complex militar-«securitari» i es legitima amb la màscara esculpida per mitjà del discurs que se centra en el combat contra un suposat terrorisme palestí —les accions del qual també suposen, en algunes ocasions, una violació dels drets humans fonamentals—, altrament ja inclòs en el catàleg global de l’Eix del mal.

Es podria dir que la incursió a Israel-Palestina ha suposat la incorporació d’una variant en el treball artístic de Domènec. És a dir, que al fet de redimensionar políticament i filosòficament el paradigma arquitectònic racionalista, tot sotmetent-lo a una estratègia de desmuntatge com a via d’accés a una depurada anàlisi sobre les insuficiències de la Modernitat, hi ha afegit una actitud propera a la de l’agitador —que no vol dir ni menys complexa ni menys reflexiva—. Aquest gest es fa palès en el protagonisme que es concedeix a les relacions humanes i en l’establiment de connexions amb l’entorn social i polític que no accepta un present tacat per l’oprobi i l’opressió. La prospecció de Domènec —entre la investigació urbanística, la sociologia i l’antropologia cultural— no ha anat en la direcció de constituir formes artificials de vida social, com succeeix en la majoria de les propostes de l’estètica relacional, sinó que té la finalitat d’ensenyar-nos documentalment els vestigis d’una arqueologia del que podria ser un futur generalitzat i present arreu, amb la por i la violència com a fonaments de l’ordre social. Israel-Palestina és un exemple ben creïble de l’obscuritat que pot abraçar el nostre esdevenidor i, alhora, aquest binomi ja ha adquirit l’amplitud tràgica que es deriva del lament per la perversitat que pot allotjar en el seu si la condició humana. És a dir, la inquietud que traspua del fet, tal com assenyala Eva Figes en la seva novel·la–assaig, que el victimisme del poble jueu pugui justificar actes que causen més víctimes. El que havia de ser un referent moral per a la humanitat, l’Holocaust, en les urpes dels falcons de l’Estat d’Israel corre el perill de perdre la dignitat i de convertir-se en un mer instrument propagandístic.

En referència al context nord-americà, que cal recordar que sovint actua tant com a caixa de ressonància com de pol d’influència de les postures oficials israelianes, l’historiador Peter Novick ha alertat sobre aquestes banalitzacions simplificadores que, al seu parer, tenen molt a veure amb el tancament dels jueus d’Estats Units en ells mateixos i amb el fet que s’hagin desplaçat cap a la dreta en el marc de l’esfera política, cosa que els ha conduït a adulterar i tergiversar el pes cultural de la tragèdia vinculada als camps de la mort nazis. Sens dubte, les polítiques dels darrers governs israelians envers els palestins encara dificulten molt més les possibilitats de mantenir aquest referent humanista com a universal. La combinació d’identitat racial i religió amb tecnologies d’última generació fa d’Israel el bressol per excel·lència de l’ethos postmodern. No obstant això, d’acord amb el que venim sostenint, dins la Postmodernitat també hi ha espai per a la dissidència crítica i la resistència, fins i tot en els paratges palestins on ja no abunden les roses tal com diu el vers de Mahmud Darwish. Ja fa temps que Domènec transita per aquest camí resistencialista i, per aquest motiu, no és casual que la seva estètica, tan adequada per a aquests temps d’urgència, hagi operat a Israel-Palestina.

En definitiva, per acabar, només afegir, malgrat que alguns autors hi continuen insistint —sobretot dins el mateix món cultural jueu—, que ja no té gaire sentit calibrar si fou o no fou pertinent la fundació de l’Estat d’Israel a Palestina el 1948. La realitat del present s’imposa i, per tant, l’objectiu més important és fer habitable per a ambdós pobles aquella porció de terra. Les dificultats són enormes, potser impossibles de superar, però l’únic camí és l’aprofundiment democràtic associat a una transformació del model socioeconòmic —d’altra banda, només possible si es produeix també en paral·lel en un àmbit global— i l’entesa entre els sectors pacifistes i més progressistes d’ambdues bandes. La continuació de l’opció de la força condueix a un cataclisme. ¿Els poders fàctics israelians han pensat —tal com sosté Perry Anderson— què podria passar si els països àrabs del Pròxim Orient es desempalleguessin algun dia del domini neoimperialista nord-americà? És probable que el captiveri palestí deixés d’existir tal com el coneixem avui. Alhora, també és gairebé segur que es perdria l’oportunitat de redefinir un país amb espais per a la democràcia i la laïcitat. Com és ben palpable a diari, les actuacions israelianes en clau nacionalista radical i extremament neoconservadores en l’àmbit social són el millor combustible per als seus adversaris més fonamentalistes i reaccionaris. En el fons, el fet que l’Estat d’Israel s’entesti a cavalcar sobre el paradigma «securitari» i el capitalisme del desastre no pot ser altra cosa que un mal auguri. És l’expressió més transparent de la fragilitat a què està exposat.

 

Bibliografia citada i utilitzada

 

ANDERSON, Perry, “Precipitarse hacia Belén”, New Left Review, número 10, pp. 5-29.

ARIAS, Juan, “Un muro rodeará las favelas de Río”, El País, 29 de març de 2009.

AZOULAY, Ariella/OPHIR Adi, “La cola del monstruo”, traducció d’un fragment de la conferència “The Politics of Humanitarianism in Occupied Territories”, pronunciada al Van Leer Jerusalem Institute (20 i 21 d’abril de 2004)

BAQUÉ, Dominique, Pour un nouvel art politique. De l’art contemporain au documentaire, París, Éditions Flammarion, 2004.

BOURDIEU, Pierre, Las estructuras sociales de la economía, Barcelona, Editorial Anagrama, 2003.

DARWISH, Mahmud, Menos rosas, Madrid, Ediciones Hiperión, 2006.

FINKELSTEIN, Norman G., Imagen y realidad del conflicto palestino-israelí, Madrid, Ediciones Akal, 2003.

FIGES, Eva, Viaje a ninguna parte, Barcelona, Edhasa, 2008.

FLAVIO VEGECIO RENATO, Compendio de técnica militar, Madrid, Ediciones Cátedra, 2006.

HARE, David, Via dolorosa, Barcelona, Columna Edicions, 2003.

HARVEY, David, El nuevo imperialismo, Madrid, Ediciones Akal, 2003.

KATZENELSON, Yitskhok, Le chant du peuple juif assassiné, París, Zulma, 2007

KHOURY, Elias, “Los judíos de los judíos”, El País, 16 de gener de 2009.

KLEIN, Naomi, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, Barcelona, Ediciones Paidós, 2007.

LADDAGA, Reinaldo, Estética de la emergencia, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2006.

LEVY-HASS, Hanna, Diario de Bergen-Belsen 1944-1945 (Prólogo de Amira Hass), Barcelona, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2006.

MATTELART, Armand, Un mundo vigilado, Barcelona, Ediciones Paidós, 2009.

MAZOWER, Mark, El imperio de Hitler, Barcelona, Editorial Crítica, 2008

NOVICK, Peter, Judíos, ¿vergüenza o victimismo? El Holocausto en la vida americana, Madrid, Marcial Pons Ediciones, 2007.

NÚÑEZ VILLAVERDE, Jesús A., “Todo empezó en Baladia”, El País, 16 de gener de 2009.

PAPPÉ, Ilan, La limpieza étnica de Palestina, Barcelona, Editorial Crítica, 2008.

RABKIN, Yakox M., La amenaza interior. Historia de la oposición judía al sionismo, Hondarribia, Editorial Hiru, 2006.

ROBIN, Régine, La mémoire saturée, París, Éditions Stock, 2003.

WOLIN, Sheldon S., Democracia S.A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido, Madrid, Katz Editores, 2008.

WU, Chin-tao, Privatizar la cultura, Madrid, Ediciones Akal, 2007.

 

Domènec. Unité Mobile (Roads Are Also Places). Martí Peran

When a hermeneutic aesthetics is obliged to intelligibly describe the premises according to which works of art have an essential raison d’être, but one that only manifests itself when those works are put into practice by interpretation, the most relevant example to draw on is the game. In effect, thanks to a long tradition of examining the impulse to play, this appears as a paradigm of the truth of aesthetic experience, that which occurs only and exclusively through the act of putting the works in play. There can be different rules and norms, instruments and player, but the game as such only comes into being in a here and now, through the action that sets this whole compendium of elements in motion. This reflection gives aesthetics the pretext it needs not to hold on to certain idealistic bases that have already entered into irreversible crisis and thus to continue to cling to the belief that art has an essence, which may be meagre and fleeting (only revealed in the instant of playing/ performing/ interpreting), but still effective for all that.

But the game is something more than a lovely trick for rescuing idealistic suppositions. Together with that almost desperate interpretation, the game can also be conceptualized as a direct product of homo ludens – in the line in which this was reworked by Huizinga and then taken up by the Situationists – and seen more as a way of consummating a real experience rather than as an (aesthetic) experience of truth. This may seem a very minor adjustment, but it is crucial. While hermeneutics seeks to maintain the idea of art as a means of access to a profound truth, the new game theory is solely committed to the value ofthe experience in real time, not oniy alien to a possible universe of categorical principles, but also free of any productive obligation. The game can thus be converted into an effective strategy, not for maintaining an antiquated epistemology, but for toppling it once and for all. After suitably amending its Surrealist antecedents (the game, like the dream, has always been a mirror in which to observe deep unconscious impulses), the Situationists played to create situations with this new perspective: convinced that only the freedom ofthe game permits the construction of an equally free subject, capable of accumulating real experiences instead of getting lost in the search for an ineffable meaning.

Unité Mobile (Roads Are Also Places) is, in the first instance, a toy; a remote-controlled truck that can be driven at one’s pleasure. It would be wrong to call it a sculpture, or even a mobile sculpture that, once set in motion, is reinstated as such. It is a toy – to continue with the dichotomy we have established here – that is not idealistic but Situationist. The clearest proof of this is, of course, the use of a model of Le Corbusier’s Unité d’Habitation as the truck’s container. The gesture is eloquent: the modern architectural paradigm for the happy dwelling, conceived as universal solution on the basis of excessively predetermined and utopian premises, has now been converted into a mere playful instrument, restless and absurd if it is not handled with freedom. The proposition expresses a dual intention: play as a paraphrase ofthe value of real experience, flexible and non-productive and, in addition, a game that subverts the illusory pretensions of modernity, taking the place of dreams by constructing a solid anchorage in the world – and the Unité is a paradigm in its forms of resolving, architectonically, this epistemological illusion of being in the world – with a mobile toy that is domestic, actually usable and vulnerable.

The video recording ofthe remote-controlled unit circulating freely in the corridors ofthe Unité d’Habitation in Marseille redoubles the intentions ofthe project. It is in the self-same static space designed as a universal container of habitation that a ludic mobility – the same ludic mobility that Constant expressed in “The Principle of Disorientation” – 1 is now imposed: a ludic mobility capable of managing its own trajectories, in much the same way as the inhabitants of the Unité ended up modifying the archetype by constantly adapting it to their needs.

Martí Peran
“Mira cómo se mueven”. Fundación Telefónica, Madrid 2005

1 “There will no longer be any centre to be reached, but instead an infinite number of moving centres. There will no longer be any chance of getting off track in the sense of getting lost, but rather in the more positive sense of finding previously unknown paths.” Constant, “The principle of disorientation” in X. Costa / L. Andreotti (eds), Situationists. Art, Politics, Urbanism, MACBA/ Actar, Barcelona, 1996, pp. 86-87.

Empremtes de futur, ruïnes del passat. Jordi Font i Agulló

(Text pel catàleg de l’exposició individual Existenzminimum a la Fundació Espais d’Art Contemporani, Girona, 2002)

 

La position d’un agent dans l’espace social s’exprime dans le lieu de l’espace physique où il est situé (celui dont on dit qu’il est “sans feu ni lieu” ou “sans domicile fixe” n’a –quasiment- pas d’existence social) […]

Pierre Bourdieu, La misère du monde.

 

 

Presentació 1.

Algú camina sense cap direcció clara enmig d’un bosc frondós. No el veiem, tan sols podem percebre els efectes de la seva conducta en els moviments de les branques i el soroll provocat per les seves passes. El brogit de la vegetació esberlada pel pes del transeünt invisible es distingeix suaument, però és tan incessant que produeix una sensació d’angoixa. L’acció persistent del passejant ens immergeix en una situació inquietant. A mesura que prenem consciència del fet que en les imatges no podem identificar cap persona concreta, la nostra inseguretat augmenta. Tant és així, que la impossibilitat de discernir qualsevol marca d’individualitat ens aviva un fort desassossec. En efecte, la contemplació de la passejada pel bosc no resulta plàcida perquè, d’una banda, ens disposa davant d’alguna cosa que connota una pèrdua i, de l’altra, perquè al·ludeix un desplaçament emprès sense els guarniments adequats; no hi ha per enlloc cap indici que ens permeti pensar que el caminant trobarà un clar en la boscúria que faci més suportable la seva situació. Per contra, el comportament d’aquest nòmada a la força —que actua com una mena de jo mediador i que, per tant, fa extensible als altres (nosaltres) les seves mancances—, que ens remet a un escenari de desemparament i marginalitat, esdevé un símptoma revelador de la crisi ideològica i cultural que pateixen actualment les narratives modernes amb voluntat emancipadora. Habitar sense deixar rastre —treball videogràfic de Domènec al qual pertanyen aquestes breus impressions— anuncia, atapeït d’un lirisme equívoc, la construcció d’una poderosa paràbola de la nostra contemporaneïtat, més determinada que mai per les contingències de la globalització o, per ser més exactes, de la mundialització capitalista1.

 

Cementiri Friedrichsfelde de Berlín: una història del segle XX.

A començaments de febrer de 1919, en les pàgines del diari espanyol El socialista2 apareixia publicat el programa polític del Grup Espartacus. Es tractava d’un homenatge pòstum —gairebé a temps real— a Rosa Luxemburg i Karl Liebknecht, principals dirigents de la revolució proletària alemanya de l’hivern de 1918-1919 que havia tingut un gran ressò internacional. Ambdós, juntament amb altres centenars de partidaris de la revolució, havien estat víctimes de la brutalitat homicida de les forces parapolicials al servei del Ministeri de l’Interior encapçalat per Noske, membre de l’ala dretana de la socialdemocràcia. L’any 1999, en una Alemanya regida en la seva totalitat pels encanteris de la democra-tic market plays, sis mil persones es van concentrar al cementiri Friedrichsfelde de Berlín al voltant d’un monòlit amb una inscripció molt significativa: “Els morts ens alerten”. Amb aquella cerimònia, que consistia a homenatjar Rosa Luxemburg vuitanta anys després de la seva mort, s’establia una reactualització del mite i se’l connectava amb l’esperit contestatari dels moviments socials més alternatius de la societat alemanya reunificada. Així, la memòria no tan sols retornava, sinó que xocava amb la infelicitat del present, amb l’instant del perill que evocava Walter Benjamin3. Enmig d’aquest llarg període, el pas del temps i les convulsions polítiques havien esborrat moments crucials del passat. En definitiva, s’havia manifestat la continuïtat discontínua de la Història dels vençuts.

 

Efectivament, l’any 1926, en aquest mateix emplaçament —que es va transformar a posteriori, l’any 1946, en un lloc de la memòria del “socialisme realment existent” de l’extinta República Democràtica Alemanya— Mies van der Rohe havia erigit, per encàrrec del KPD (Partit Comunista Alemany), un monument funerari amb el propòsit d’honorar els líders obrers esmentats. De l’obra austera i commovedora del reconegut arquitecte no en queda cap rastre en el Friedrichsfelde. Com és sabut, l’any 1933, en convertir-se Adolf Hitler en el nou canceller, la construcció singular de l’arquitecte racionalista va ser enderrocada. Sens dubte, un dels motius inqüestionables d’aquella destrucció va ser l’animadversió política. Tanmateix, aquest èmfasi a escombrar els vestigis del passat recent podria, en part, explicar-se també pel desafiament formal que suposava el bloc de maons refractaris de Mies van der Rohe a l’estètica arquitectònica neohistoricista del nazisme. Per altra banda, les formes asimètriques, que recordaven l’escultura constructivista, tampoc no devien interessar gaire a la nova burocràcia socialista que va assolir el control de l’estat a la zona oriental d’Alemanya a la finalització de la Segona Guerra Mundial. La reconstrucció del monument a Luxemburg i Liebknecht es va descartar i es va dissenyar un espai del record on es poguessin celebrar concentracions de masses orquestrades des de dalt, amb l’objectiu propagandístic d’exaltar retòricament el caràcter col·lectiu de la lluita obrera. No era un bon moment, en plena sovietització del comunisme alemany, per evocar velles i il·lustres individualitats. Sobretot en aquest cas, en què els antics homenatjats no encaixaven en l’ortodòxia estalinista. D’aquesta manera, la pedra memorial i un conjunt de làpides i urnes amb els noms dels màrtirs de la revolució i la lluita contra el feixisme esdevenien el símbol de la unificació —forçada i traumàtica— de l’SPD (Partit Socialdemòcrata) i el KPD (Partit Comunista) en el nou partit institucionalitzat, l’SED4.

 

 

Presentació 2.

Un camió, que trasllada una casa mòbil prefabricada, avança per carretera. No coneixem la seva destinació ni disposem de cap senyal per esbrinar-la. El muntatge videogràfic en loop ens suggereix una provisionalitat sense fi. L’ànsia induïda per l’home enmig de la vegetació la retrobem a Sans domicile fixe, un altre dels treballs elaborats per Domènec. L’estridència monòtona del so del motor del vehicle intensifica el nostre malestar fins al punt d’haver de desviar la vista de la imatge en moviment. En no haver-hi ni cap enclavament que ens remeti a un origen ni, el que és pitjor, tampoc un lloc d’arribada, figura que el temps històric ha desaparegut. Domènec insinua, amb una estudiada senzillesa de mitjans, un dels trets culturals fonamentals de la nostra època. Tanmateix, el gest metafòric de l’artista conté dues implicacions. En una primera instància, ens pot semblar que es limita a donar fe del tediós i gastat (anti)pensament del fi de les ideologies, de la Història o dels grans relats que sol comportar la celebració d’un “present continu” associada a una inevitable desterritorialització del subjecte. En aquest sentit, per bé que, per una part, sí que es reflecteix la verificació de la hegemonia del pensament post, resulta obligat afirmar que en aquesta constatació visual Domènec no descendeix a les cotes de l’escepticisme paralitzant. Contràriament, i aquesta seria la segona implicació, Sans domicile fixe palesa una aflicció, un gran desconcert perquè resulta evident que el “present continu” no és res més que una mistificació que emmascara que el “present viu”5 no és de cap manera tan autosuficient com es pretén. Al cap i a la fi, la Història no s’ha acabat6 i, en canvi, sí que estem assistint a un “avançament” que és prou palpable en la quotidianitat: la consolidació inqüestionable i mundial del neoliberalisme globalitzat.

 

Existenzminimum: readaptació crítica i signes de resistència.

En una part ja considerable de la seva trajectòria com a artista, Domènec ha treballat a l’entorn dels grans paradigmes arquitectònics de la Modernitat. Obres com 24 hores de llum artificial (1998-1999), Un lloc (2000), Ici même (dins de casa), Domèstic (2001), en què hi havia una reelaboració molt acurada d’un univers crítico-poètic al voltant de construccions altament simbòliques dels arquitectes Alvar Aalto i Le Corbusier, feien patent la capacitat de l’artista per identificar l’arquitectura com un “inconscient polític” de la Modernitat. És a dir, com ja va detectar Walter Benjamin7, els projectes dels arquitectes-artistes constituirien la millor encarnació de tots aquells somnis d’una Modernitat impo-tent per complir les seves promeses de progrés i benestar per a tothom. En aquest mateix sentit, Domènec, amb la seva recreació d’una habitació del sanatori de Paimio d’Alvar Aalto o amb la rèplica a escala de l’Unité d’Habitation de Le Corbusier, posava sobre la taula el contrast entre els propòsits de les utopies arquitectòniques per habitar en condicions òptimes el món i la realitat d’una Modernitat presonera del fetitxisme de la mercaderia que impulsa el “capitalisme real” o, en una altra de les seves versions —ja que la Modernitat no és unívoca com tampoc no ho és la Postmodernitat—, perduda per sempre després d’haver escomès l’edificació d’un fals “paradís” socialista.

 

A Existenzminimum (existència mínima), en aparença, l’artista ha treballat en una direcció similar. De fet, les dues produccions videogràfiques, presentades en aquest mateix text i que formen part també de l’exposició, ofereixen, com les obres que prenen com a màxima referència Alvar Aalto i Le Corbusier, un diagnòstic fidedigne sobre les conseqüències que es deriven de la crisi de valors de la Modernitat. Certament, tant a les antigues produccions com a Existenzminimum s’observa un ús molt acurat de les possibilitats sorgides arran de l’expansió i explosió del camp escultòric8 i de tot el que aquest fenomen ha implicat en les dues darreres dècades pel que fa a la revaloració de la quotidianitat, la vigència de les micronarracions i la rellevància de factor pròpiament processal en l’obra d’art. No obstant això, malgrat l’existència de moltes coincidències en el procés creatiu, en el projecte Existenzminimum, l’artista opera amb una voluntat més intervencionista sobre el món real. Per entendre aquesta afirmació cal que retornem al cementiri Friedrichsfelde, perquè és allà on Domènec inicia la seva actuació, quan recupera els rastres i les ruïnes fragmentàries de l’ “inconscient polític” del monument desaparegut de Mies van der Rohe. Tot i això, no assistim a una reconstrucció “arqueològica” i artificiosa del mausoleu original. Ben al contrari, la tasca realitzada per l’artista ens proporciona una nova edificació que es fa palesa en el prototipus de casa mòbil inspirada en l’obra commemorativa de l’arquitecte. Aquesta casa peculiar posseeix unes característiques simbòliques extraordinàries en el sentit que en la seva fragilitat es fusionen la revisió del concepte d’ “existència mínima” —debatut en el congrés d’arquitectura CIAM de Frankfurt l’any 1929, a fi d’establir unes pautes universals per possibilitar un habitatge digne per a tothom— i la transcendència del retorn d’allò tràgic travessat per la violència. En conseqüència, Domènec crea un artilugi que, a partir de la readaptació crítica, esdevé un dispositiu carregat de significació política. Evidentment, aquesta asseveració no significa que el nou artefacte contingui implícites unes directrius programàtiques o pamfletàries. Per contra, ens topem amb una obra d’extrema sensibilitat i profunditat de pensament històric que condensa una concepció tràgico-poètica-política de l’experiència del real. Per tant, la comicitat amb pretensions despolititzadores —que amaga també una operació política— tan característica d’algunes temptatives suposadament crítiques que aborden de manera frívola l’enfonsament de les utopies modernes no constitueix l’elecció de Domènec. Amb tot, això no suposa que renunciï a plantejaments lúdics per incidir simbòlicament en un lloc concret i produir una interferència a temps real. En aquest sentit, l’acció portada a terme a Girona, que va consistir en la col·locació de la casa nòmada “Mies van der Rohe-Domènec” al bell mig del Parc de la Devesa per tal que un grup de persones hi desenvolupessin els quefers de la vida quotidiana en plena intempèrie, és un exemple d’aquesta aposta per un esperit juganer, de reminiscències situacionistes. I és que les incerteses del joc poden constituir també un desafiament subversiu al sistema normatiu que regeix les nostres vides. Nogensmenys, com hem insistit abans, Existenzminimum desprèn un contingent de potencialitats al·legòriques molt més ampli, que es posen en evidència en l’espai expositiu, a partir de la simbiosi que es crea entre la presència poderosa de la microarquitectura i l’exhibició (post)performàtica en un monitor de l’acció desenrotllada al Parc de la Devesa9.

 

Hem comentat que a Existenzminimum es divisava un grau més elevat d’interferència envers el món real. Sens dubte, això no és una casualitat, si es té en compte que la font inspiradora del projecte destacava per una forta connotació política. Una obra estranya en la trajectòria de Mies van der Rohe, un home poc procliu a mostrar públicament una militància explícita. Tot i així, el monument dels blocs disposats a distintes alçades i profunditats, i configurats per milers de maons industrials, que simbolitzaven la unitat d’una massa de gent10, constitueix un exemple admirable de potencialitat poètica aplicada a la política. En una època com l’actual, en què són hegemònics els principis d’una falsa totalitat neoliberal que ben bé podria qualificar-se, com assenyalava Pierre Bourdieu11, de restauració “progressista” —atès que es mostra allò que es con-siderava una regressió com una forma de progrés—, resulten extremament suggerents els signes de resistència que es descobreixen a Existenzminimum. Aquesta descoberta és possible gràcies a una línia de treball plenament conscient del fet que la Modernitat en el decurs del segle XX no es va constituir com un bloc sense fissures. La mateixa petita història del Friedrichsfelde ens il·lustra el seu caràcter polièdric i, a més, ens adverteix que en el seu si va allotjar vigorosos contrarelats que admeten reactualitzacions crítiques —de fet, a hores d’ara, per exemple, la revifalla d’algunes propostes qüestionadores de l’ordre neoliberal global evidencia l’efectivitat d’actuacions d’aquest tipus. D’aquesta manera, tenint en compte aquests elements, resulta pertinent afirmar que Domènec ha portat a terme, a partir de la (des)monumentalització de l’obra de Mies van der Rohe, un ajustament simbòlic i a petita escala d’unes restes utòpiques a fi de reintroduir-les en un paisatge social en què la gran majoria es troba a la intempèrie. A més, no es pot obviar que tot aquest procés creatiu està impregnat per un sentit crític molt agut i una enèrgica intensitat poètica.

 

En aquesta intempèrie, que comporta una orfandat filosòfica per interpretar el món des de la subalternitat, la casa nòmada de Domènec esdevé una màquina de guerra deleuziana12, que pretén ocupar i omplir aquest espai-temps marcat pels continus desplaçaments13 del capitalisme posfordià a terrenys de difícil categorització i identificació; és a dir, llocs que permeten al sistema dominant esquivar les desaprovacions i, alhora, de forma paradoxal, subvertir l’ordre existent mitjançant la seva reproducció. Tot i que l’artista —com la majoria de la crítica actual— comparteix, amb les directrius hegemò-niques del capitalisme, detalls de la representació del món sorgit dels desplaça-ments, d’aquesta opció no se’n desprèn una acceptació acrítica de la iconografia de la discontinuïtat, del fragment o de la desterritorialització, ni tampoc una visió “glamourosa” del homeless14 com a únic subjecte en posició d’aconseguir el canvi social. Al capdavall, una cosa és la imatge que crea el capitalisme de si mateix i l’altra és la unitat que impera en els estrats superiors del sistema. Malgrat això, aquesta aparença té uns efectes reals sobre la vida quotidiana. Concretament, és en els intersticis d’aquesta normalitat ordinària —media-titzada per la mitificada deslocalització— on l’artista emplaça metafòricament la seva construcció. Aquesta maniobra resulta alliçonadora. La casa nòmada, com si fos un precari carro de combat15, subministra eines per a l’adaptació en un medi hostil: la mobilitat, la velocitat relativa i l’abric que ofereix el seu blindatge a camp ras. Tanmateix, paral·lelament, la simbologia de les seves formes “bunqueritzades”, esdevé un crit d’alarma. Com s’ha remarcat, els desplaçaments no són unívocament ideals i, per tant, també poden contenir elements de perill en convertir-se en un fals moviment cap a enlloc, en un estancament, com si es tractés d’una presó.

 

Gilles Deleuze i Félix Guattari16 van assenyalar que l’obra d’art pot esdevenir també —com ho són els moviments socials antisistèmics— una màquina de guerra potencial en el sentit que pot traçar una línia de fuga creadora. Domènec, a Existenzminimum, ha sabut trobar aquest camí en apuntar la invenció de nous espais-temps —l’autoconstrucció, l’arquitectura parasitària i la creació de petites comunitats espontànies…— que constitueixin esdeveni-ments que desafiïn els desplaçaments mercantilistes del “capitalisme real” i que, alhora, siguin un terreny on es visualitzin les marques d’empremtes de futur. En definitiva, una contribució a la pugna diària per edificar un horitzó d’esperança. Habitar sense deixar rastre, Sans domicile fixe i Existenzminimum són treballs que recullen el fruit de tensionar els límits de la Modernitat en una operació precisa de reciclatge intel·lectual i “bricolatge protoarquitectònic”. En aquesta acció, Domènec ha assolit una profunda reflexió sobre l’estètica que pot correspondre a la resistència17 i, al mateix temps, ha plasmat, amb brillantor, com la resistència pot ser traduïda de manera adequada en el pla estètic.

 

1 Samir Amin, Los desafíos de la mundialización, México, Siglo XXI, 1997.

2 Luís Gómez Lorente, Rosa Luxemburgo y la socialdemocracia alemana, Madrid, Edicusa/Cuadernos para el Diálogo, 1975.

3 Walter Benjamin, “Tesis de filosofia de la historia”, Discursos interrumpidos, I, Madrid, Taurus, 1990, p. 180.

4 Peter Reichel, L’Allemagne et sa mémoire, Paris, Éditions d’Odile Jacob, 1998, p. 101.

5 Fredric Jameson, “La carta robada de Marx”, dins de Michael Sprinker, Demarcaciones espectrales. En torno a Espectros de Marx, de Jacques Derrida, Madrid, Ediciones Akal, 2002, p. 48.

6 Eduardo Grüner, El fin de las pequeñas historias. De los estudios culturales al retorno (imposible) de lo trágico, Buenos Aires, Paidós, 2002, p. 55. L’autor es basa en Perry Anderson per formular les seves observacions.

7 Eduardo Grüner, op. cit, p. 158.

8 Sobre aquest assumpte és fonamental l’article publicat el 1979 per Rosalind Krauss. La versió espanyola es troba a Rosalind Krauss, “La escultura en el campo expandido”, Hal Foster (Ed.) La posmodernidad, Barcelona, Kairós, 1985, pp. 59-74.

9 En refèrencia a la (post)performança resulta il·lustrador el text de Fernando Castro Flórez, “Coses que passen” del catàleg d’exposició (Post)performança i altres esdeveniments paradoxals, Girona, Fundació Espais, 2002.

10 Josep Quetglas, El horror cristalizado. Imágenes del Pabellón de Alemania de Mies van der Rohe, Barcelona, Actar, 2001, pp. 104-111.

11 Günter Grass-Pierre Bourdieu, “La restauración ‘progresista’ ”, a New left review, núm. 14, 2002, pp. 59-74.

12 Gilles Deleuze, Conversaciones, València, Pre-textos, 1995, pp. 263-276.

13 Luc Boltanski, Ève Chiapello, El nuevo espíritu del capitalismo, Madrid, Akal, 2002, pp. 599-655.

14 Tom Lewis, “La política de la ‘fantología’ en Espectros de Marx de Derrida”, a MichaelSprinker (Ed.), op. cit., pp. 157-197.

15 Heiner Müller, “Le char-personnage et la guerre de nouvement” a Heiner Müller, Alexander Kluge, Esprit, pouvoir et castration. Entretien inèdits (1990-1994), Paris, Éditions Theatrales, 1997, pp. 45-49.

16 Gilles Deleuze, Félix Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, València. Pretextos, 1988, pp. 359-431.

17 Jan Knopf, “Esthétique et destruction. La fin des histoires et de l’histoire dans L’Esthètique de la resistance” a M. Hofman et M-C. Méry (dir.), Littérature, esthétique, histoire, dans l’oeuvre de Peter Weiss, Presses Universitaries de Nancy, 1993, pp. 125-135.

Últimes noticies d’enlloc. Martí Peran

(Text publicat en la monografia Domènec. Domèstic, ACM 2001)

 

Enlloc és, en la retòrica pròpia de la modernitat, l’espai de la utopia. Sempre instal·lat enllà a l’horitzó, en un esdevenidor perpetu, enlloc mai no pot acomplir-se ; en realitat, no és cap destí sinó un somni per a tensar el present, de tal forma que avui tampoc no és avui sinó un episodi que mena enlloc. S’ha afirmat amb molta vehemència que la contemporaneïtat, d’alguna manera, representa el moment d’ingrés del subjecte modern a l’edat adulta, on ja no es sotmetrà amb obediència als futuribles il·lusionants que l’han embadalit fins ara. En aquesta perspectiva, el relat referit a enlloc ha estat un dels primers a perdre credibilitat. Es aquí i ara on cal fundar el sentit de l’experiència; però, és clar, el present mateix, per l’esmentada herència moderna, tampoc no té gaire contingència. No és un lloc sòlid, capaç de fonamentar un projecte, sinó qualsevol lloc – aquí mateix . Aquestes són les últimes noves que arriben d’enlloc, les que ho situen , amb indiferència, Ici même

Ici même (Dins de casa), un dels últims projectes realitzats per Domènec,compendia tota la col·lecció de problemes que planen darrere els seus treballs dels darrers anys; En aquesta direcció, hi retrobem la seva insistent visita crítica als paradigmes moderns – sobretot en clau arquitectònica- per a explicitar-ne la seva debilitat; però, al costat d’això, en aquest projecte ens sembla possible entreveure-hi un valor afegit molt important : la possibilitat de formular les mateixes objeccions i retrets adreçades a la modernitat al damunt del perfil de l’experiència post. El resultat és d’un estridència aclaparadora : la contemporaneïtat ja no és tant la llibertat conquerida sobre la denúncia dels mites moderns, com la simple acceptació de les mateixes carències però ara sense cap camuflatge . L’experiència contemporània és així la cruenta paradoxa que fa de la llibertat una condició opressiva.

Per abordar totes aquestes qüestions proposem d’avançar amb ordre. En primer lloc, provarem de destacar allò que és l’autèntic fil conductor dels darrers projectes de Domènec : la revisió dels models moderns amb una actitud de fascinació i de deconstrucció simultànies; després serem en condicions més òptimes per comprovar fins a quin punt, al treball Ici même (Dins de casa), tot i la significativa citació a Le Corbusier, l’autèntica reflexió gira sobre les alternatives postmodernes , la qual cosa, com ha quedat apuntat, lluny de modificar el diagnòstic sobre el relat modern, permet accentuar encara més la mateixa mena de carències.

1.

Tal i com ha estat reconegut abastament i des de coordenades ben diferents, la cultura contemporània s’ha vist pràcticament obligada a substituir el principi de la creació o la producció genuïna, per la lectura i la interpretació. Tota parla conserva el rumor d’un text previ que la converteix en simple lectura; i això, lluny de contribuir a enfortir la presència del text original com a nucli dur del llenguatge, el que ha despertat és la consciència de la naturalesa retòrica de tot llenguatge. Això – i no volem insistir en la seva descripció atès que ja ha estat molt i molt tematitzat – ha provocat perilloses reaccions, en especial – al cost de la desculturalització per neoteleologies – les que es desenvolupen en clau pluralista. El que volem dir és que no resulta gens estrany topar amb postulats segons els quals, donada la condició de simple comentari de tot discurs , cap acte lingüístic és, doncs, un discurs prou sòlid i prou interessant per tenir-lo en consideració. Tot és lícit en nom d’una maliciosa tolerància que, en realitat ,amaga el missatge apolític pel qual res és prou important.

Naturalment, l’única reacció possible a aquest relativisme i pluralisme eclecticista propi del pitjor postmodernisme, no pot consistir en rescatar el mite d’unes categories universals; però sí que, tot acceptant la naturalesa tova del pensament, ha de provar de destriar quins textos són més interessants que d’altres per a , repensant-los, escriure el dietari del present. En aquesta difícil tessitura, la cultura contemporània s’ha pronunciat d’una forma inequívoca i ben lluny de l’esmentat pluralisme innocu. Han estat decisions perfectament conscients, per exemple, rellegir la filosofia de l’escola de la sospita com a alternativa a les invitacions a romandre en l’estela de la metafísica; o dislocar la tradició de l’arquitectura de registre racionalista amb tot el potencial de l’arquitectura premoderna; o amortir l’optimisme de les avantguardes visuals amb la deconstrucció de les seves il·lusions o, entre moltes d’altres operacions, rescatar com a prototipicament moderna la literatura pura que creix a l’ombra de Flaubert o Mallarmé fins a Robert Walser . Precisament per la direcció de totes aquestes decisions , els analistes miops de l’acadèmia han «descobert» que la autèntica genealogia de la postmodernitat jeu al cor de la cultura moderna. Ja ho havíem plantejat més amunt : potser no tant una nova i estrident –quasi frívola- postmodernitat,com ara un eixut present a la manera de modern-post.

Els treballs de Domènec d’aquests darrers anys s’han d’interpretar sobretot en aquesta perspectiva. És veritat que el seu treball – i encara més si als darrers projectes hi afegim tota la produció anterior de caràcter més objectual- també es pot llegir amb comoditat dins de l’exercici de traumatització la tradició minimalista, però aquesta clau de lectura, si es desenvolupa, porta a unes conclusions que l’acosten a aquelles primeres coordenades d’interpretació. El minimalisme, en efecte, ha estat revisitat per l’art contemportani amb la intenció de fer evident que tota aquella puresa i ideal de neutralitat era una il·lusió que es podia esquerdar amb una facilitat absoluta si hom procedia a situar aquells hipotètics

objectes purs en un context d’ordre social, històric o narratiu. I el més important i curiós de tot aquest procés és que l’art contemporani ha rescatat com a ingredients fonamentals de la seva especulació tots aquests paràmetres (la investigació sobre la realitat, la història i la ficció), precisament, a causa de rumiar i repensar l’objecte minimalista. Per dir-ho d’una forma més directa: quan la tradició minimalista basteix un objecte estètic neutre, aleshores s’habiliten tota una sèrie d’estratègies per a reconsiderar les condicions de realitat d’aquell objecte i en el desplegament d’aquestes estratègies es dibuixa el mapa bàsic de l’art contemporani.

Les referències més o menys intermitents que la cultura contemporània fa a l’arquitectura del moviment modern, naturalment, s’han de llegir des d’aquella situació post que avalua críticament les utopies emancipatòries atès que l’arquitectura, per la seva òbvia condició, representa el model més elaborat d’aquelles aspiracions; però també és veritat que, en l’àmbit de l’art contemporani, la citació de l’arquitectura moderna s’ha d’interpretar amb un valor afegit : representa també una estratègia per a sotmetre a les condicions de realitat les aspiracions minimalistes. És per aquesta via que s’encavalquen amb molta facilitat dues línies de recerca que, malgrat les diferències evidents, en realitat tenen un poderós parentiu..En qualsevol cas -des d’una via, des de l’altra, o des de la suma d’ambdues com podria representar el treball de Domènec -aquesta apel·lació a l’arquitectura del moviment modern actua com una demostració fefaent respecte de la jerarquia de determinats relats per a nodrir els comentaris que constitueixen el present.

En el cas de Domènec, aquesta lectura de la tradició arquitectònica moderna és ben visible; d’una manera nítida es fa present Alvar Aalto a 24 hores de llum artificial i Le Corbusier a Un lloc i a Ici même (Dins de casa). La direcció d’aquesta revisió també es fa explícita d’una forma ben directa: en convertir els càlids i confortables interiors de l’hospital de Paimio en un espai artificiós i irrespirable; o en reduir tot un paradigma com l’unité d’habitation en el moble d’una cambra impersonal o en el motiu d’una imatge publicitària, tota la utopia moderna es subverteix en un malson. Tots aquests treballs són, per damunt de cap altra consideració, la construcció d’uns espais concrets; però és evident que els fonaments d’aquestes realitzacions rauen en aquesta ironia punyent – de caràcter beckettià hem plantejat en d’altres ocasions- amb la qual s’utilitza el referent de l’arquitectura moderna.

En el cas del darrer treball, Ici même (Dins de casa), la creació d’un clima volgudament equívoc entorn de l’obra de Le Corbusier és molt accentuada. En primer lloc en la rotunditat que representa convertir sense embuts les aspiracions més optimistes i humanistes de la modernitat – i l’unité d’habitation ho és- en un vulgar missatge publicitari ; però la cruesa encara s’accentua més si afegim a aquesta miserable nova condició del suposat cànon, la seva conversió en resta arqueològica, ruïna remota engolida per la natura.

Les aspiracions modernes d’habilitar un lloc verament habitable, encarnades en els projectes de Aalto o de Le Corbusier, es malmeten en la seva deconstrucció contemporània posant en evidència que només vehiculen una promesa de futur inútil per a l’experiència aquí i ara.

2.

D’una manera general i certament panoràmica, aquesta mateixa recriminació al moviment modern derivat d’una concepció excessivament anticipatòria de l’arquitectura —per la qual es suposava que unes pautes formals prèvies haurien de garantir la felicitat de l’experiència a desenvolupar en l’interior d’aquestes formes– és el que ha conduït les recerques de l’arquitectura contemporània cap al territori de l’esdeveniment, de la major versatilitat de formes i funcions i , fins i tot, a la recuperació més o menys explícita de nocions i tipologies clarament premodernes –la idea de pintoresc o els pavellons– més proclius a la concepció de l’arquitectura com un espai disponible, de naturalesa flexible, capaç d’actuar com a contenidor de situacions, experiències i úsos múltiples. Ici même (Dins de casa), tal i com hem provat de descriure, és un projecte que, en la mateixa línia dels altres treballs elaborats a partir d’Alvar Aalto o el mateix Le Corbusier, exemplifica clarament aquella lectura crítica de les categories modernes; però més enllà d’això, amplifica la seva revisió fins a les pròpies alternatives contemporànies . En primera instància, i atès que es tracta de la marquesina d’una estació d’espera a escala real, el projecte s’ofereix com una espai d’ús ocasional, absolutament efímer i de temps perdut; d’altra banda, la seva hipotètica funció mena a la mobilitat i al desplaçament ; des d’un altre registre, fins i tot, podríem interpretar aquest peculiar recinte com una espècie de pavelló en la mateixa perspectiva amb la qual els invocàvem abans. El canvi d’escenari en relació a projectes anteriors és, doncs, evident; ja no estem llegint un relat organitzat pel principi típicament modern d’una vida que es centra, s’il·lumina i es sedimenta sinó que, tot al contrari, ara tot aquell univers de valors ha estat substituït per uns paràmetres més acordes amb la correcció post d’aquell mite modern. L’espai construït és ara un espai d’ús en el sentit més pragmàtic , sense cap naturalesa ontològica pretensiosa i, al seu lloc, amb un perfil de caràcter molt més enfàticament experimental. A la llum d’això sembla que ens trobem amb un projecte que ha ideat les condicions òptimes per a reforçar les seves objeccions al relat modern; però, en realitat, el més interessant és que aquest caràcter ontològicament dèbil de la nova arquitectura post no s’utilitza per a facilitar l’oposició amb Le Corbusier sinó per a sotmetre-la a la mateixa lectura crítica.

Arribats a aquest punt cal ser molts cauts en la forma de plantejar la qüestió. No estem reduint el problema a la simple afirmació segons la qual, l’única diferència entre els somnis moderns i l’horitzó contemporani consisteix en que el primer vol bastir una casa i fracassa en l’intent, mentre que avui, lluny d’aclarir el procediment pel qual podríem acomplir satisfactòriament el mateix somni, el que fem és acceptar aquella condició d’intempèrie. Tot això plana efectivament rere tota la sèrie de projectes de Domènec que menen fins a Ici même (Dins de casa). En aquest darrer projecte persisteix l’accent en la impossibilitat de fundar un espai vivencial en un sentit complet; la idea de casa – explicitada com en d’altres ocasions, en el mateix títol- torna a exhibir la seva flaquedat en convertir-se en un barroer aixopluc – un cobert- que, d’altra banda, mai podria colmar les expectatives de ser un lloc personal sinó, més aviat, imposa la seva condició de ser un indret en el qual estan condemnats a trobar-se subjectes estranys l’un a l’altre. Tot això, dèiem, és efectivament present en aquest projecte, però el més important, per dir-ho d’una forma immediata, és que es fa present a partir d’un espai post -ja no utòpic sinó dèbil -que també es sotmet a la seva peculiar deconstrucció i que, en aquesta operació, en lloc de festejar-se com un espai dúctil i experimental, el que es reconeix és la facilitat amb la qual l’experiència contemporània es perverteix en una experiència absolutament banal.

El mosaic de tots els elements que entren en joc ja està estès. La seqüència que estem provant d’organitzar seria així aquesta : calia primer introduir una correcció als ideals formals que pauten i predeterminen l’experiència atès que, lluny de les seves pretensions, mai no van aconseguir construir l’espai de la felicitat. Això és el que il·lustren 24 hores de llum artificial, Un lloc o la fotografia de la marquesina del darrer treball. El segon moment consisteix a habilitar uns altres models més proclius al valor imprevisible de l’ús de l’espai i de la construcció del sentit des de l’experiència real; unes coordenades que tampoc no permeten aixecar una llar convencional, però que almenys responen a la pròpia naturalesa difusa de les coses. Això és el que condueix a desenvolupar Ici même (Dins de casa) partir d’una construcció post, com ara el pavelló que representa la marquesina. L’últim episodi s’enceta quan aquesta mena d’ alternativa espacial que atresora el valor de la possibilitat de l’ús i de l’experiència real, en deconstruir-se, evidencia que, avui per avui, l’única experiència real és d’una banalitat absoluta. A Ici même (Dins de casa) aquesta darrera idea – la que manca per il·lustrar, la banalitat- ens sembla que s’expressa clarament en reduir l’experiència capaç de contenir la marquesina a una única possibilitat : ser una experiència publicitària i de temps mort.

La marquesina , atesa la seva tipologia i la seva hipotètica funció, s’ofereix com un espai públic. En la seva condició d’espai real – una vulgar d’estació urbana d’autobús- i com a tal espai d’ús públic ,està decorada oportunament per una caixa de llum adequada per una imatge publicitària. La imatge en qüestió és la que fa aparèixer l’unité d’habitation com una promoció immobiliària enigmàtica que, en cas de llegir-la atentament, ens invocaria tot el que hem plantejat en la primera part d’aquest mateix text; però fora d’aquest fons que roman rere la imatge, és evident que amb aquesta només es pot mantenir una relació d’obediència religiosa. És una imatge tant mediada tecnològicament com es vulgui, però per la seva llum i la seva disposició- un altar-, és la típica imatge publicitària absolutament auràtica davant la qual som incitats a desenvolupar l’autèntica, la veritable activitat pública contemporània : el shopping. Aquest és el reducte que li resta al món de l’experiència.

En una perspectiva ben propera a l’anterior, l’únic ús que se’n pot fer d’aquest espai, al costat d’aprofitar-lo per instruir-se en els consells publicitaris, és un ús totalment negativitzat. Ja no es tracta de substituir l’acció constructiva i prometedora que glorifica la moral moderna per una acció més ocasional, efímera, però amb el valor de la vivesa i l’autenticitat . En aquesta marquesina el temps és, planerament, el de la inacció ; és el temps mort de l’espera de l’autobús inexistent, el temps perdut . La marquesina és una low area , un espai de baixa intensitat i no, com podríem suposar des d’una retòrica fàcilment postmoderna, un espai calent per la seva franca disponibilitat. L’atmosfera torna a ser, com en d’altres treballs, la d’un temps mort; el mateix temps del ritme monòton i absurd que ens martelleja, per la magnificació d’un gest quotidià, en el vídeo Amb el fred dins de casa.

 

Construir, esperar, pensar. Domènec, beinahe nichts. Xavier Antich

(Text publicat en la monografia Domènec. Domèstic, ACM 2001)

 

S’ha repetit tant, i tantes vegades fora de context, el lema de Mies van der Rohe, less is more [menys és més], que ha acabat servint, sovint, no només per a pensar allò específicament modern de l’arquitectura del XX i per a oferir la clau teòrica de l’art minimal, sinó fins i tot per a atorgar legitimitat estètica a noves formes de restauració gastronòmica o a influents tendències en el vestir, per no parlar de la desideologització de certs projectes polítics o de l’afebliment del discurs filosòfic. No s’ha recordat, però, amb la mateixa insistència, aquella altra frase amb la qual Mies acostumava, de forma potser més punyent, a pensar la seva pròpia aventura arquitectònica: beinahe nichts [gairebé res]. Aquesta negligència de la citació selectiva no és pas innòcua: palesa la lectura que habitualment hom ha fet, del moviment modern en arquitectura, en termes més aviat esteticistes, com una decidida depuració formal de l’ornament i com una abstracció, més o menys geometritzadora, dels materials constructius; en suma, com una aposta essencialista i descarnada emparada en un cert ascetisme artístic. Des de la crítica nietzschiana als ideals ascètics, però, sabem que qualsevol ascetisme passa per convertir l’exterioritat en no-res, desertitzant-la per un replegament en la interioritat: per això l’art és, segurament, com també creia Nietzsche, la més radical forma de subversió dels ideals ascètics o, formulat positivament, el camí per a recuperar l’exterioritat.

I, tanmateix, amb aquesta caracterització essencialista i ascètica del moviment modern, potser s’ha menystingut el component constitutivament perillós d’aquest Abgeschidenheit [desprendiment] contemporani: el seu acostament als confins en els quals fins i tot l’obra podria desaparèixer, vorejant el silenci i el buit i acostant-se al no-res fins a l’extrem del gairebé res. Sense aquesta «posada-en-risc», el despullament corre el perill de ser un recurs merament formal, una nova forma d’ornamentació. Adorno ho va advertir de forma lúcida quan va assenyalar que les obres d’art radicalment modernes són les que s’acosten perillosament al silenci: és a dir, les que corren el risc, en el procés d’aplicació de la lògica de la descomposició, d’acostar-se al lloc en què l’obra mateixa corre el perill de deixar de ser-ho, el perill de deixar d’ésser.

No és impertinent començar amb aquesta deriva per obrir una reflexió entorn de l’obra de Domènec, marcada des del començament per una recurrència temàtica del diàleg amb l’arquitectura del moviment modern (especialment amb Alvar Aalto i Le Corbusier) i per un acostament als límits perillosos del silenci del qual parlava Adorno. Penso, especialment, en dues de les obres de Domènec que, en certa mesura, concentren, al meu entendre, bona part de les seves preocupacions artístiques: 24 hores de llum artificial i Ici même (dins de casa), dos projectes que, d’altra banda, reuneixen i prossegueixen, com en una mena d’avenços i retrogradacions, d’altres treballs sorgits de la mateixa preocupació.

24 hores de llum artificial, com és sabut, recrea, a escala real, una habitació de l’hospital de Paimio d’Alvar Aalto, reduïda gairebé a pura estructura abstracta, en un espai il·luminat de forma ininterrompuda per una llum blanca que el configura sense ombres i sense veus ni sorolls: lloc clínic en estat pur. És cert que aquesta obra és una relectura arquitectònica en clau artística i, en certa mesura, també, emparant-se en l’estratègia de la citació, un palimpsest: en aquest sentit, retorna a Aalto i, al mateix temps, l’esborra. La paradoxa no em sembla gratuïta: precisament l’obra d’Aalto, seduïda pel món de la naturalesa viva com una metàfora de l’arquitectura, és l’espai escollit per Domènec per a plantejar un treball sobre el lloc més a prop de la idea d’atopia d’un, posem per cas, Peter Eisenman. El lloc clínic de Paimio, món dins del món, lloc dins de l’espai, esdevé, per la radical intervenció de Domènec, una intervenció clínica sobre la clínica, un no-lloc que s’afirma precisament per mitjà d’allò que nega: hi ha, aquí, de forma exemplar, un impuls molt proper, per la implosió de les contradiccions, a l’Aufhebung hegeliana, encara que, més que parlar de superació dialèctica de l’aquí i l’ara en una síntesi superior d’espai i temps, caldria referir-s’hi en termes de desconstrucció de l’aquí i de l’ara per la mostració pura d’un lloc sense espai i fora del temps. La diferència no és pas banal: des de Foucault sabem que el sorgiment de la clínica comporta una subversió de la mirada i la nova creació d’un espai.

Avui sabem que qualsevol obra d’art també és, a més de moltes altres coses, un discurs sobre l’art: que tota obra és escriptura enigmàtica (el codi de la qual s’ha perdut i el sentit de la qual està fundat sobretot en aquesta pèrdua) i, al mateix temps, lectura, és a dir, crítica, interpretació. Domènec no se n’amaga, sinó que converteix la lectura en un acte explícit i, per obra de la distància operada respecte del referent, fins i tot, podríem dir-ne, pròpiament, irònic. D’una ironia com la que batega en els silencis de Beckett, quan les paraules callen o quan, precisament per ser paraules no dites, més parlen: com aquells silencis que ocupen, en les seves peces teatrals, més temps -i més espai- que no pas les paraules dites. D’altra banda, hi ha, com en tota lectura, una vocació de comentari (llegir és interpretar, legen és aus-legen), però que no condueix a una sacralitzacio substancialista d’allò comentat (el llibre, l’obra), sinó al seu esborrament: de fet, qualsevol lectura esborra el llibre llegit, com l’habitació de 24 hores de llum artificial esborra les habitacions de Paimio. Cada lectura s’inscriu en allò llegit fins a esborrar-ho. Ho sabia Maurice Blanchot i ens ho recorda, recentment, Marc-Alain Ouaknin: judaisme consubstancial a qualsevol acte de lectura. La primera actitud davant de la tradició és la impugnació.

Foucault ho va formular, també amb precisió, precisament al pròleg d’El naixement de la clínica. Una arqueologia de la mirada clínica, un text que no ens sembla arbitrari de recordar aquí: “En els nostres dies, [la possibilitat d’una crítica i la seva necessitat] estan vinculades -i el Nietzsche filòleg n’es testimoni- al fet que hi ha un llenguatge i que, en les incomptables paraules pronunciades pels homes -siguin raonables o forasenyades, demostratives o poètiques- hi ha pres cos un sentit que cau a sobre de nosaltres, que condueix la nostra ceguesa, però que espera en l’obscuritat la nostra presa de consciència per sortir a la llum i posar-se a parlar. Estem consagrats històricament a la història, a la construcció pacient de discursos sobre discursos, a la comesa d’escoltar allò que ja ha estat dit. És fatal, per això mateix, que no coneguem cap altre ús de la paraula que el del comentari? Aquest darrer, de fet, interroga al discurs sobre allò que aquest diu i ha volgut dir, prova de fer sorgir aquest doble fons de la paraula, en què ella es troba en una identitat amb si mateixa, que se suposa més propera a la seva veritat; es tracta, enunciant allò que ha estat dit, de tornar a dir allò que mai no ha estat pronunciat”. Per això, comentar, exercint aquesta forma de crítica que és tota lectura com a relectura, és admetre un residu, necessàriament no formulat, d’aquell pensament que el llenguatge (també el llenguatge de l’obra) ha deixat en l’ombra; i, per això, comentar suposa que això no dit dorm en la paraula de l’obra i que, interrogant-lo, hom pot fer-lo parlar encara que no estigui explícitament significat.

En aquest sentit, eliminar les ombres és, en 24 hores de llum artificial, una estratègia plàstica per a forçar allò ja dit (en Aalto, en el moviment modern, en l’arquitectònica clínica del segle) perquè digui allò no pronunciat. En aquest sentit, també, hi ha en la recurrència que porta Domènec a tornar i retornar, un cop i un altre, als espais de Paimio, la consciència d’un inexpressat que no es deixa «des-vetllar» d’un cop i ja per sempre, sinó d’un fons o residu que només en la relectura interminable pot ser explorat en el seu enigma. L’obra de Domènec és, així, un lúcid exercici de crítica i, per això, d’escriptura plàstica d’un sentit que només es deixa recórrer en el seu desplegament com a obra. Si l’aparició de la clínica suposa una subversió de la mirada és perquè desplaça el límit entre allò visible i allò invisible (fins aleshores): quan Domènec torna al sanatori de Paimio -i ho fa com qui intervé clínicament en la clínica- subverteix, novament, aquella distinció, redesplaçant-la cap a altres llocs i fent-hi emergir uns altres espais. L’espai de 24 hores de llum artificial. Si amb l’aparició de la clínica, el mal, la contranatura i la mort surten a la llum, són portades a la llum en un nou espai que permet el naixement d’una nova mirada (“allò que era fonamentalment invisible s’ofereix de sobte a la claror de la mirada” -escriu Foucault), Domènec, amb la seva intervenció, que és una relectura que esborra el text i l’obra en els quals la seva obra, com a text, s’inscriu, desequilibra, novament, aquell fons sobre el qual la mateixa clínica -com a metàfora de la mirada moderna- està fundada. Amb això, per desocupació de l’espai i per la confrontació amb el silenci, dóna a veure allò no vist, dóna a llegir allò no escrit. D’aquí, potser, d’aquest desplaçament dels límits, n’emergeix un nou espai, certament «in-quietant», i una nova mirada. La clínica de la clínica, l’espai de l’espai, la llum de la llum: mirada de la mirada. Reescriptura que és un esborrament.

 

 

* * * * *

 

 

Proust havia escrit a Contre Sainte-Beuve que l’escriptor inventa, dins de la seva llengua, una llengua nova, una llengua estrangera, perquè porta la llengua fins a aquell extrem en què la llengua delira, fent-hi veure, a través d’ella, allò que mai abans s’hi havia vist, encara que hom no hagués deixat de mirar-lo. Per això, l’escriptura del deliri és una escriptura de la visió, de la mateixa manera que la visió del deliri, que porta les imatges (ja vistes) fins a l’extrem en què esdevenen també imatges estrangeres, és una visió de l’escriptura. D’això, precisament a Crítica i clínica, Deleuze n’extreu una lliçó: quan el llenguatge cisella en el seu interior una llengua estrangera, produeix un esclat en els confins del llenguatge. Aleshores, “quan el deliri es torna estat clínic, les paraules ja no desemboquen en res, ja no s’escolta res ni s’hi veu res a través seu, llevat d’una nit que ha perdut la seva història, els seus colors i els seus cants”. La nit blanca de 24 hores de llum artificial, sense història perquè queda esborrada, sense colors ni sorolls: com l’escriptura amb llum artificial de Derrida, única manera de sortir fora a través del replegament dins de l’escriptura del text, de la imatge. Pura emergència de l’exterioritat en la interioritat de l’obra (l’escriptura). Paimio portat cap a la seva pròpia exterioritat per un replegament en l’interior de llum artificial, el fora de dins. Encara Deleuze: “Qualsevol obra és un viatge, un trajecte, però que només recorre tal o qual camí exterior en virtut dels camins i les trajectòries interiors que la composen, que constitueixen el seu paisatge o el seu concert”. Domènec: escriptura sobre l’escriptura, imatge de la imatge: desplaçament.

* * * * *

Reflexió sobre l’arquitectura, la de Domènec, que és un acostament, també, al silenci de l’espai: allí on l’espai es converteix en invocació de formes i d’uns altres espais, d’una aspiració utòpica, també, esdevinguda, amb el pas del temps, pura estructura despullada de política. Policia -la dels sanatoris, la del discurs sobre la salut- dels espais que substitueix la política dels espais: espais construïts per a habitar que acaben sent espais per a confinar. Espais de confins plens del soroll d’una excentricitat molesta: d’aquí, la recuperació, per Domènec, del silenci d’uns espais que el temps ha convertit en muts. D’aquí, la llum artificial per a escriure (Derrida) i per a convertir el text i l’obra en un espai desconstruït: única possibilitat d’habitar, en l’espera, espais que reclamen ser rellegits.

Deplaçament cap a dins dels espais de l’arquitectura moderna per obrir uns altres espais: possibilitat d’una imatge que neix del desplaçament i que inaugura una temporalitat nova per als espais. Temporalitat llançada endavant per un retorn enrera, com a reescriptua i esborrament del passat. L’exterioritat ja és present a 24 hores de llum artificial, pura interioritat desconstruïda, pur desplaçament. Un lloc i Ici même (dins de la casa), al contrari, provoquen l’esclat de l’interior en el si de l’exterioritat que habiten, i obren un espai estàtic, paradoxalment, en el circuit del desplaçament. Paradoxes de Domènec: cartografia d’unes obres que capgira la cartografia real dels espais i dels temps de les obres.

* * * * *

El diàleg de Domènec amb Le Corbusier y la seva unité d’habitation és el nucli dels treballs que giren al voltant de Un lloc i, especialment, de Ici même (dins de casa). En la intervenció de la marquesina d’una estació d’espera, Domènec ha portat a l’exterior la reflexió sobre l’espai interior, clínic, en llum artificial, que havia desplegat a 24 hores de llum artificial. Amb això, ha retornat al Lebenswelt [el món de la vida] la seva descontrucció de l’espai fundat en les categories modernes. I ho ha fet, també aquí, i potser encara de forma més accentuada, amb un cert distanciament irònic: convertit alhora en plafó publicitari i en lloc d’espera. Un altre cop, l’espai del silenci, aquí enmig del soroll urbà, com un espai dins de l’espai que inaugura un temps dins del temps: el temps de l’espera a través de la construcció pensada per habitar.

Heidegger habia escrit, en un text fonamental, Construir, habitar, pensar, que l’espai no és un continent absolut i neutre en el qual les coses són, sinó allò que les coses obren. Les obres que són construccions no ocupen l’espai, sinó que l’obren: el fan i el despleguen a partir d’aquella estratègia plàstica que és un pur «espaciar». L’obra posa en lloc un obrir l’espai a partir d’ella, perquè l’espai només es visible i, com a tal, comprensible, en tota la seva dificultat, en la mesura que alguna cosa (aquí, l’obra) el mostra, fent-lo emergir de la seva inexistència i de la seva invisibilitat. Ici même (dins de casa) mostra l’espai urbà confrontant-lo a les seves pròpies paradoxes: espai per a habitar que és pura cruïlla sense habitants, lloc que no porta enlloc, utopia com a propaganda, fora que és un dins, dins que ocult només es pot mostrar fora. Construir per a esperar, que és una forma d’habitar, i per a pensar, que és també una forma d’esperar.

Marquesina de l’espera en el lloc que impossibilita l’espera: per habitar allí on el pensar és més dificil. I arribar, des de la perspectiva ontològica de l’obra, a un gairebé res: allí on l’obra busca ser desapercebuda com a obra, allí on el mirar és interpel·lat per ser dut, també ell, fins a la seva desconstrucció.

I, en última instància, amb una recurrència precisa i metronòmica, només un soroll, també un gairebé res que acaba sent el soroll d’una absència, el soroll d’una traça. L’absència dels cossos a 24 hores de llum artificial, l’absència d’esperants a Un lloc i a Ici même (dins de casa). Absència i pura traça d’un no-res que no acaba de fer-se present però que, tanmateix, és ben visible. Només un soroll: el líquid (la llet) vessat en un got, la glopada, l’engolida, vessament, glopada, engolida, vessament, glopada, engolida, vessament, glopada, engolida, ….

Xavier Antich
(Domènec. Domestic, 2001)

Domènec. Domèstic. Manuel Guerrero

Text per a la publicació Domènec. Domèstic. (Ajuntament de Lleida, Patronat de Cultura de Mataró i ACM, 2001)

 

Viure entre ruïnes. Viure entre objectes, en espais propis i aliens. Construir sobre les runes de la història. ¿Abolir l’error i l’horror? ¿Contruir sobre els projectes de la modernitat? Recomençar de nou cada vegada. ¿Construir sobre la pobresa, sobre el silenci i el buit? Cap estètica sense ètica. Del desert de la ciutat després de la batalla, la Berlín arrasada per les bombes, magistralment fixada per Roberto Rosselini a Germania, anno zero (1947), a l’opulència de la ciutat contemporània de l’especulació quotidiana, per exemple, la Barcelona de la devastació de la memòria, fidelment documentada per José Luis Guerin a En construcción (2001). Les transformacions de l’espai urbà, els canvis de les formes de la vida quotidiana, esborren la memòria moral de la història col·lectiva, però també de les vivències particulars, la presència muda dels objectes quotidians, el rastre invisible dels costums públics i privats. En el paisatge devastat de la nostra memòria, individual i col·lectiva, la presència de l’arquitectura i dels objectes quotidians, de l’espai interior, de l’espai domèstic, ocupa un territori cabdal en la construcció del nostre imaginari personal, en la construcció de la nostra vida en comú. “L’arquitectura és l’autèntic camp de batalla de l’esperit”, escrivia Ludwig Mies van der Rohe, el 1950.

En una escena d’Ordet (La paraula) (1955), el gran poema cinematogràfic de Dreyer, Johannes, el foll, el místic —que amb la seva fe farà possible el miracle de la vida—, en una conversa amb el pastor, perplex, que entra a la casa de Borgen, afirma: “Sóc paleta… Construeixo cases, però els homes no volen habitar-les… Volen construir-les ells mateixos… Però no poden encara que vulguin. I per això alguns viuen en cabanyes mig acabades… d’altres en ruïnes… però la major part erren sense casa ni llar.”

Al voltant de les dates en que Dreyer rodava Ordet, l’agost de 1954, Heidegger, que s’havia mantingut en silenci davant de la bàrbarie nazi, enllestia un volum, Conferències i articles (Vorträge und Aufsätze), en el qual, entre d’altres escrits, donava a conèixer el cèlebre text “Construir, habitar, pensar” (Bauen Wohnen Denken), procedent d’una conferencia pronunciada al 1951. Hi afirma el filòsof: “L’autèntica penúria de l’habitar descansa en el fet que els mortals primer han de tornar a buscar l’essència de l’habitar, que han d’aprendre primer a habitar.” Perquè “tan sols si som capaços d’habitar podem construir.”

Per les mateixes dates, Maurice Blanchot, a L’espace littéraire (L’espai literari) (1955), escrivia que, en l’obra literària, en l’obra d’art, el desvetllament de la veritat no ens porta pas a la il·luminació, a diferència del que afirmava Heideggaer, sinó a la foscor, al desert del nòmada, a l’errància sens fi, a l’anonimat del no-lloc. Cabanes al desert.

Tal vegada sigui el cinema l’art en el qual s’ha expressat, d’una manera més directa i diversa, la dificultat de l’home actual per habitar el món, d’una manera sostenible, en equilibri amb la natura, i mantenint el diàleg amb l’altre, seguint les formes de vida cotemporànies regides per la velocitat, la violència, la usura, el consumisme i la pèrdua de les identitats individuals i col·lectives. La necessitat d’un habitatge, d’una casa pròpia, d’un espai domèstic on sigui possible la intimitat, ni que sigui en una existència nòmada, que al costat d’uns espais veritablement públics, facin possible un subjecte lliure, sobirà i solidari, esdevé, en la nostra societat abocada a l’espectacle, una de les necessitats primàries de l’individu contemporani.

Una de les escenes més colpidores del cinema de la fi del segle XX és la que ofereix Offret (Sacrifici) (1986), el testament cinematogràfic d’Andrei Tarkovski. Es tracta de la seqüència de sis minuts que mostra com Alexander, el protagonista del film, incendia i contempla, en silenci, com crema la seva casa de fusta situada al costat del mar, en una illa. No es tracta d’un acte gratuït o nihilista, sinó d’un veritable sacrifici. En un gest radical, solitari, Alexander decideix prescindir de tot, fins i tot de la seva casa i del seu fill estimat, per tal de poder salvar la humanitat, la seva família, d’una possible catàstrofe universal. La casa d’Alexander, la casa d’Offret, es constitueix en el centre simbòlic de l’extraordinària paràbola de Tarkovski que denuncia el materialisme i el nihilisme d’occident i reivindica l’experiència espiritual o religiosa, la responsabilitat de l’individu, com a únics camins que ens poden allunyar de la destrucció. La imatge inicial i la final d’Offret que ens mostren el fill d’Alexander regant un arbre sec —símbol de la fe, segons Tarkovski— simbolitzen l’esperança en el futur que vol transmetre l’autor d’Andrei Rublev o d’Stalker.

Al costat d’aquests exemples messiànics s’alça el somni utòpic del projecte modern, de l’arquitectura racional, que també ens ha llegat l’art i el pensament del segle XX, que ha maldat per projectar, amb èxits i fracassos evidents, una nova manera de viure, una nova manera d’habitar, amb la voluntat, fins i tot, d’arribar a canviar la societat. És la tradició del projecte il·lustrat, de la modernitat arquitectònica, exemplarment representada per Adolf Loos, Le Corbusier, Mies van der Rohe o Alvar Aalto, que Domènec ha reivindicat i revisat en algunes de les seves obres més remarcables dels darrers anys.

Domènec (Mataró, 1962), amb una coherència i una honestedat admirables, ha centrat la seva obra artística en la reflexió crítica i lírica sobre les paradoxes i els enigmes de la vida actual, de les nostres maneres d’habitar, a partir de la nostra relació amb l’espai i amb els objectes. Partint de processos conceptuals de reflexió, Domènec ha anat creant una obra pictòrica, escultòrica, objectual, fotogràfica i videogràfica que pren el projecte del disseny objectual i arquitectònic com una de les construccions imaginàries més productives i complexes de la tradició moderna. Dels resultats contradictoris i de les fissures múltiples del projecte de la modernitat arquitectònica, artística i filosòfica, Domènec n’extreu objectes ambigus, instal·lacions inquietants i visions perplexes que ens interroguen sobre els fracassos de les utopies polítiques, socials i estètiques i, alhora, ens interpel·len sobre la misèria espiritual i l’absurd existencial de la nostra vida quotidiana, de la nostra vida domèstica. L’alienació cultural i social de l’individu com una de les conseqüències més clares del capitalisme tardà en el món occidental esdevé una de les idees més constants de l’obra de Domènec.

D’una manera intuïtiva i progressiva, i gràcies a les possibilitats obertes pel reconeixement del seu treball, Domènec ha anat ampliant l’espai de la seva exploració artística, des de la creació de pintures i d’escultures de tamany reduït fins a la construcció d’espais transitables o d’instal·lacions de mides considerables.

Durant els anys noranta Domènec s’ha concentrat en el camp escultòric, sempre des d’una pràctica ben original, treballant principalment a partir de sèries d’obres de petites dimensions que s’han anat expansionant. Caracteritzades per la seva sensualitat tàctil i formal, les escultures de les sèries Freeze (1994-1996), construïdes de fusta i claus, sorprenen per la seva capacitat de crear fascinació i, alhora, rebuig o, fins i tot, repulsió. Com els fetitxes de les cultures africanes, les escultures de la sèrie Freeze no ens deixen indiferents. Aquestes obres les formes orgàniques abstractes de les quals provenen de l’inconscient o ens recorden formes animals o objectes quotidians, com larves o coixins, constitueixen escultures monocromes, d’un blanc trencat, recobertes, en alguns casos, de claus o punxes, com cactus, garotes o eriçons.

Les obres de la sèrie Freeze provoquen, voluntàriament, distància, fredor. Són escultures ambigües, entre l’objecte quotidià i el fetitxe, que pel seu acabat artesanal i les seves formes orgàniques es distancien igualment tant de les peces de tipus minimalista com dels objectes d’origen conceptual. Aquestes característiques s’accentuen encara més en la sèrie Híbrids (1996-1998), escultures també de fusta, tornejades manualment, igualment monocromes, blanques, en les quals es confon el possible caràcter funcional o estètic de l’objecte. Híbrids, objectes enigmàtics, que comencen a mostrar forats, o a obrir-se en l’interior fins a formar espais habitables. Peces que ens evoquen la idea de niu, la idea de caverna, la idea d’úter matern. La incomunicació, l’aïllament, que semblaven transmetre les obres de la sèrie Frezze, comença a matisar-se en les peces de la sèrie Híbrids, que semblen voler obrir-se a l’espai, al possible diàleg amb l’altre.

El rostre aliè és el títol de dues peces diferents que, al meu entendre, marquen unes fites en l’evolució de l’obra de Domènec. Com a resultat d’un taller amb l’artista portuguès Cabrita Reis, celebrat a Montesquiu, el 1994, Domènec va realitzar una instal·lació efímera amb el títol de El rostre aliè. Es tractava d’una construcció rectangular de fusta situada a l’aire lliure, a la intempèrie, buida a l’interior, pintat de blanc, on només hi destacava l’aparició d’una lleixa, també pintada de blanc, que no sostenia cap objecte o cosa. Com un temple laic al buit, com un antimonument, El rostre aliè (1994) és la primera intervenció escultòrica amb estructura arquitectònica de Domènec. L’obertura al diàleg, al rostre de l’altre, tanmateix, no sembla pas l’objectiu funcional d’aquesta construcció, que tampoc esdevé un confessionari o un espai per a la meditació transcendental. Amb el mateix títol de El rostre aliè, el 1997, Domènec va crear una escultura que té la forma d’una màscara però que no té obertures per als ulls o la boca i que cal situar a la paret, de manera que el possible portador de la màscara —com ha mostrat el mateix autor en una sèrie de fotografies— s’ha de situar cara a la paret. És la impossibilitat del diàleg, la impossibilitat de la mirada, el rebuig de l’altre. Però, també, la necessitat de l’alteritat. Je est un autre, escriví Rimbaud. El nostre rostre és un rostre aliè, l’altre sóc jo. El diàleg, tal com ens ha ensenyat Freud, comença en un mateix. Sense l’obertura interior, sense l’obertura a l’altre, no pot iniciar-se el diàleg. És a partir d’aquesta necessitat de diàleg, d’aquesta necessitat d’obertura, que s’obre l’espai, que apareix l’arquitectura com a lloc, com a habitatge, com a indret per a l’intercanvi i per a la comunicació, o per a la incomunicació, l’aïllament o el silenci.

En un fragment del significatiu text “Ablèpsia, l’artista cec”, datat el 1997, Domènec reflexiona a partir d’un retrat fotogràfic de Buster Keaton, el qual apareix assegut amb les dues mans obertes tapant-se els ulls. És un fotograma pertanyent a Film (1964), l’única experiència cinematogràfica de Samuel Beckett. Com si es referís a El rostre aliè (1994 i 1997), Domènec ha escrit: “La dificultat d’entendre el que mirem, la impossibilitat de la mirada. L’artista és com un cec dins d’una cambra frigorífica totalment blanca, envaït d’un febrós vertigen, que en un esforç de dubtosa utilitat intenta que l’art esdevingui un tel que embolcalli el caos, la materialització d’un gran forat. Petit vide grande lumière cube tout blancheur faces sans trace aucun souvenir [Samuel Beckett, Sans]. La ceguesa blanca, un no-lloc.”

La sèrie de fotografies Blanc com la llet (1998) testimonia l’aparició d’unes construccions fràgils i delicades de formes orgàniques, paral·leles a les darreres obres de la sèrie d’Híbrids. Es tracta d’ampliacions fotogràfiques de petites maquetes efímeres, modelades en plastilina blanca i després destruïdes. Són formes totalment ambigües que ens poden remetre a òrgans del cos o a habitatges precaris, cabanes de fang, o nius d’animals diversos. També podem evocar les formes irregulars d’una caverna. La precarietat i l’estranyesa d’aquests espais misteriosos i particulars, habitatges elementals i simples, ens parlen d’una existència nòmada, a la intempèrie, reduïda a la mínima expressió. A Höhlenausgänge (Sortides de la caverna) (1989) —com ha remarcat Franz Josef Wetz al seu estudi sobre el filòsof alemany—, Hans Blumenberg caracteritza l’home com un ser visible que escapa a la realitat refugiant-se en la invisibilitat de la caverna. La visibilitat de la caverna obliga l’home a prendre consciència del seu despullament i de la seva indefensió. “Només hi ha una sortida de la caverna —afirma Blumenberg—, la que està en nosaltres mateixos.”

Enmig d’una cultura abocada a l’espectacle, al simulacre audiovisual de la imatge virtual, obrir-se a una nova mirada crítica, construir de nou des de la pobresa, des de les realitats que vivim. Un nou primitivisme, un nou humanisme, que situa l’home per davant de la tècnica. Si l’experiència del progrés ens ha portat a la guerra i a la destrucció, l’experiència de la pobresa ens retorna a la vida quotidiana, al plaer de la vida simple i lliure. És el que experimentà Walter Benjamin a Eivissa, i fixà, el 1933, a l’article “Experiència i pobresa”, uns anys abans de la seva tràgica fi a Portbou, el 1940, tal com ens recorda Vicente Valero al seu assaig biogràfic Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza, 1932-1933 (2001). “Una pobresa que ens condueix a recomençar de nou, a repensar de zero, a sortir-se’n amb poca cosa, a construir amb gairebé res, sense girar el cap ni a dreta ni a esquerra. Entre els grans creadors, sempre hi ha hagut esperits impecables que començaven per fer taula rasa,” diu Benjamin a l’article “Experiència i pobresa”, en el qual esmenta, per exemple, les obres de Paul Klee o Adolf Loos.

És la tradició de la modernitat, de l’avantguarda, sempre recomençada, que cercà, entre d’altres camins, en el retorn als orígens, al primitivisme, a l’essencial, l’alliberament de l’acadèmia, l’alliberament de l’acumulació històrica, l’alliberament de la dependència de la tècnica. Si entre els constrenyiments i les febleses de l’art minimal i de l’art conceptual sorgí l’art pobre, contemporàniament als excessos de l’art postmodern més frívol ha emergit un art postmodern més crític, i compromés políticament, que reprèn i reelabora idees, actituds i propostes de l’art conceptual, de l’art minimal, de l’art pobre. Domènec se situa, amb la seva obra singular, dins d’aquest art postmodern crític que, rellegint críticament la tradició de la modernitat, no renuncia, ara i aquí, hic et nunc, a construir un espai habitable, individual i col·lectiu, des de la pobresa i la lucidesa més extrema.

En els darrers anys de la dècada dels noranta, Domènec comença a treballar en projectes que parteixen de referents arquitectònics precisos. La instal·lació 24 hores de llum artificial (1998-1999) recrea a escala real una habitació de l’hospital antituberculós de Paimio (1929-1933) realitzat per Alvar Aalto —considerat modèlic per la seva relació oberta amb els elements naturals—, que es transforma en una gran maqueta de fusta a mida real, sense finestres, on els llits i els útils sanitaris esdevenen escultures monocromes alienes a la seva funció original, objectes inútils, il·luminats en excés per la llum cegadora de neons que enlluernen l’espectador. El projecte d’Aalto de Paimio, en la recreació de Domènec, ja no existeix, ha estat esborrat, neutralitzat, anihilat. El lloc de Paimio ha esdevingut un no-lloc. L’heterotopia ha esdevingut atopia. Domènec ens enfronta a la transformació de l’espai utòpic del projecte modern en un espai atòpic, sense personalitat, sense vida. La relectura crítica negativa de Domènec no és una crítica a Aalto, sinó, és clar, una crítica de l’evolució de la nostra societat que ha cegat, ha anulat, ha desvirtuat el projecte arquitectònic modern. Com si Domènec rellegís Aalto a partir de Beckett. Com ha afirmat Martí Peran al text “24 hores de llum artificial. Després d’Alvar Aalto” (1998): “la instal·lació, tot i l’ombra precisa d’Aalto, podria ser perfectament l’habitació on agonitza Malone.” ¿Hem acabat vivint en una clínica clònica universal?

Un lloc (2000) i Ici même (dins de casa) (2000) comparteixen la presència d’una maqueta, i la fotografia d’aquesta maqueta en el bosc, d’una de les obres més conegudes de Le Corbusier: la Unité d’habitation de Marsella (1947-1952). L’emblemàtic edifici d’habitacles projectat per Le Corbusier a Marsella —que planteja crear rigorosament una nova forma d’habitar i de constituir veritables comunitats—, convertit en moble-maqueta (podria ser també un moble-bar) de fusta, pintat de blanc, esdevé el fetitxe, el bibelot, el centre absent d’una habitació individual a la instal·lació Un lloc. Al costat de la maqueta de l’Unité d’habitation, un llit, una cadira i una prestatgeria conformen un mobiliari auster i monocrom reduït a la mínima expressió. El contrast entre la presència del moble-maqueta i l’absència de diàleg amb els altres elements inexpressius de l’habitació, planteja la inversió del lloc propi, de l’espai privat, en el no-lloc de l’espai impersonal de la contemporaneïtat.

¿Què hi fa la maqueta, simplificadora i banalitzadora, de l’edifici de Le Corbusier a la instal·lació Un lloc? És veritat que —com explica Stanislaus von Moos a la seva biografia sobre Le Corbusier— l’arquitecte suís parteix formalment de la idea d’una caixa de botelles. Les vivendes separades es col·loquen dins l’estructura de formigó armat com les botelles en una caixa. Però Domènec no està tan interessat en la riquesa i la complexitat formal i estructural de l’obra com en el caràcter paradigmàtic de l’edifici a l’hora de plantejar un projecte utòpic d’habitatge, com a emblema de la modernitat com a projecte estètic, polític i social.

En l’obra Ici même (dins de casa) (2000) la fotografia de la maqueta de l’Unité d’habitation ha esdevingut un simple reclam icònic situat en l’espai reservat per a la publicitat dins d’una marquesina per a una parada d’autobus. Fins i tot Domènec ha editat serigràficament la imatge de la maqueta de l’edifici de Le Corbusier, fotografiada al bosc, per convertir-la en la simulació d’un anunci publicitari que ha estat situat en diferents opis en intervencions urbanes plantejades a Mataró i Banyoles. La recreació de l’emblema de la modernitat ha esdevingut una marca, un logotip, un simple reclam propagandístic sense cap finalitat real fora de l’autoreferencialitat crítica que proposa el projecte de Domènec. Com una ruïna postmoderna, com un vaixell a la deriva, la imatge de la modernitat que ens ofereix Domènec és francament pessimista, entre la pura propaganda i el parc temàtic s’alcen les restes del naufragi de la modernitat. Davant la banalitat i el simulacre, només una arqueologia del saber, una mirada profunda i crítica, ens pot retornar, ni que sigui amb un franc escepticisme, l’esperit de la utopia.

Com a precedent de l’obra i la intervenció urbana Ici même (dins de casa), Domènec realitzà a Benifallet, en el marc del projecte d’exposició Segona estació, la instal·lació Ici même (1999). El mateix prototipus de marquesina projectat per a Ici même (dins de casa), de fusta, pintada de blanc, amb un banc allargat per seure i un sostre per protegir l’usuari de les inclemències del temps, se situava enmig del camp, en un lloc on no existeix cap línia de transport. La diferència és que l’espai lluminós reservat a la publicitat és buit, només projecta llum blanca a l’espectador. Ici même, aquí i ara, hic et nunc. Domènec creava un lloc, un espai on s’interrompia el temps, un espai nou per a la relació, per a l’intercanvi, per al diàleg, per a la conversa, per a la contemplació, que fins i tot, per la seva lluminositat, va ser utilitzat de nit en més d’una festa popular, com documenten diverses fotografies i vídeos. Aquest lloc públic, esdevenia també un no-lloc, un espai en blanc, buit, sense cap mena de llegenda o imatge incorporada, un espai disponible, un espai lliure.

L’aprofundiment en les teories situacionistes o en les idees de Michel de Certeau, l’autor de L’invention du quotidien (1980), o Nicolas Bourriaud, l’autor d’Esthétique relationelle (1998), ha enriquit, durant els darrers anys, l’obra de Domènec, el qual ha ampliat la dimensió política i social dels seus projectes, ha treballat amb nous mitjans i ha plantejat, per primera vegada, intervencions en l’espai públic.

El vídeo Amb el fred dins de casa (2001), ens mostra com s’omple de llet un vulgar got de vidre i com una mà agafa el got per tot seguit engolir el líquid. Es tracta d’un vídeo sens fi, enregistrat amb una sola càmera fixa, d’una austeritat tècnica total. El so augmentat d’aquesta operació quotidiana i la repetició infinita del gest anònim d’omplir i beure la llet ens ofereixen una lectura ambivalent i ambigua. D’una banda, ens fa pensar en la necessitat de valorar amb més profunditat els nostres actes habituals, els nostres gestos quotidians; de l’altra banda, ens enfronta davant la repetició i la banalitat de la nostra vida. Com el record colpidor del got de llet engolit cada matí, la memòria i la presència dels fets aparentment més simples i més insignificants formen part també de la nostra experiència profunda que conforma el nostre present i el nostre futur.

Com a silents testimonis d’una existència única i enigmàtica, les obres de Domènec se’ns apareixen com a objectes antropològics, com a llocs antropològics o com a reflexions antropològiques sobre el present des del camp de l’art. L’interior i l’exterior, la casa i el carrer, abans que el taller, la galeria o el museu, esdevenen els llocs on es projecten les obres d’art. Com l’espai sense habitar que crea la casa cremada d’Offret (Sacrifici), el film de Tarkovski, Domènec pensa l’obra d’art com un continu recomençar des del blanc, des del buit, des del no-res. “En la realitat concreta del món d’avui, els llocs i els espais, els llocs i els no-llocs s’entrellacen, s’interpenetren”, afirma Marc Augé a Non-lieux. Introduction à une anthropologie de la surmodernité (1992). Construir el lloc de l’art és obrir l’espai del pensament; aprofundir en la complexitat de l’existència; ampliar les llibertats, individuals i col·lectives; preservar els espais de la intimitat, les singularitats dels llocs i de les cultures; i, alhora, alliberar els espais, els llocs i els no-llocs, de les fronteres polítiques, econòmiques, socials i culturals que fixen els mapes físics i mentals del nostre món.

Manuel Guerrero

Domènec, 24 hores de llum artificial. Pilar Bonet

Aquesta vida és un hospital on cada malalt es desficia per poder canviar de llit. Aquest voldria sofrir cara a l’estufa, i aquell creu que guariria al costat de la finestra. Sempre em sembla que m’haig de trobar bé allà on no sóc, i aquesta qüestió dels canvis de lloc és una de les que discuteixo contínuament amb la meva ànima…El petit poema en prosa de Baudelaire, titulat Any Where out of the World (A qualsevol lloc fora del món) en honor al seu mestre Edgar Allan Poe, sempre m’ha semblat molt a prop de les peces i instal·lacions hospitalàries que Domènec (Mataró, 1962) ha realitzat en els últims anys. Si les seves darreres obres exploraven els espais absents i les formes mòrbides al temps seductores i abjectes, ara el treball que presenta a l’espai de la Sala Montcada de la Fundació “la Caixa” sublima l’estàtica presència del viatge existencial, la fugida vers els països que són analogies de la Mort. Com reclama el poeta a la seva ànima en el text de la capçalera: anem més lluny encara; encara més lluny de la vida, si això és possible: instal·lem-nos al pol. Allà el sol només frega molt obliquament la terra, i les lentes alteracions de la llum i de la nit suprimeixen la varietat i augmenten la monotonia, aquella meitat del no-res…

Una meitat del no-res que l’artista corporitza en la construcció a escala natural d’una cambra del sanatori finès de Paimio, obra de l’arquitecte Alvar Aalto (1933). Un espai on reposa i guareix aquella “ànima morta” de Baudelaire, Kafka, Mann, Beckett, Artaud, Plath o de Bernhard, dels qui prenen llargs banys de tenebres, mentre, per distreure’s en l’etern viatge cap el silenci del nord, admiren les garbes roges de les aurores boreals, els reflexos dels focs artificials de l’Infern!

Una cambra amarada de gèlida llum artificial, lluny del món, un espai per a poder llegir els llibres més bells que Proust sabia escrits en llengua estrangera i on viure l’art com una iniciativa de salut a la manera de Deleuze. Un espai fora del temps que el comissari de l’exposició, Martí Peran, mira A distància –títol del cicle- i que no vol dir altra cosa que mirar el fora des del distanciament, des del dins més entranyat de la blancor neutra de les idees i les paraules: Si amb el pensament volíem atrapar el món, en realitat el llencem lluny del nostre abast. Si amb l’anhel de construir una casa volíem ser en el món, en realitat ens n’amaguem.

Als primers anys trenta l’arquitecte Aalto construí un sanatori anti tuberculós, Domènec ara caracteritza aquella primera intenció racionalista i fragilitza fins a l’extrem la distància entre l’habitabilitat –el confort racional de la modernitat- i la malaltia de l’ésser contemporani –l’exili. L’espectador ha d’entrar dins la cambra, integrar-se a la blancor de la llum artificial, tocar amb els ulls el mobiliari de la sala en la seva metamòrfica i asèptica quietud –peces orgàniques, pròpies de l’autor, que dins la cambra assumeixen l’esperit dels armaris, llits i sanitaris hospitalaris. El factor humà és l’essència de la arquitectura i aquesta esdevé així refugi, el lloc on prendre contacte amb les coses, i entre

aquestes el propi cos, “l’ànima malalta”, el jo i l’altre, en definitiva aquella meitat del no-res. Domènec en les seves obres rebaixa la temperatura natural del món real i l’extraordinària cambra d’aquesta instal·lació –24 hores de llum artificial-, com apunta Martí Peran, “potser ni tan sols ens aixopluga, només és la forma d’un forat que dóna accés a la caiguda”.

Aquesta cambra, disposada dins l’altra cambra expositiva, ella mateixa dins la cambra d’una ciutat, potser talment l’escenari on reviure el darrer moment del diàleg entre el malalt baudelerià i la seva ànima; quan aquesta exhausta de preguntes i silencis, de propostes de viatges i territoris més benignes on guarir-se i deixar de complaure’s en el seu mal, exclama desesperada i cridant: Anem…¡A qualsevol lloc! ¡A qualsevol lloc! ¡La qüestió és que sigui fora del món!

Pilar Bonet

Text publicat a Papers d’Art, Girona 1999

Sala Montcada de la Fundació “la Caixa”
Barcelona (novembre 1998-gener 1999)

24h de llum artificial. David G. Torres

Hace ya tiempo que estamos un tanto desengañados. Desengañados de nuestro mundo, conscientes que no nos queda lugar para las utopías. En fin, llevamos algún tiempo habitando el fracaso de la modernidad. Y sin embargo esta condición que afecta tan de lleno al arte, si bien ha calado en el discurso, no lo ha hecho tanto en la actitud del artista. Me refiero a la imposibilidad de seguir pensando en la radicalidad, y en la necesidad de encontrar soluciones que no se conformen con la mediocridad cotidiana o la mezquindad de mi yo y mis circunstancias. Domènec es un artista que no piensa en los extremos sino en los cruces de esos extremos; que no ofrece una obra basada en la seducción (atrapando al vuelo los discursos a la moda) sino que en su pensamiento artístico por esquivo y complejo podríamos hablar de una mecánica seductora. Y una vez más, que nadie se equivoque, que parta de la complejidad no significa que sea difícil, sino que su obra puede resultar todo lo contrario. A fin y al cabo, su propuesta principal en esta exposición es muy sencilla: la reproducción de una habitación del hospital antituberculosis de Alvar Aalto en Paimio (Finlandia).

Aunque no se trata exactamente de la reproducción de la habitación diseñada por Aalto. Más bien es la reproducción de la habitación “ideal” de Aalto. En palabras del arquitecto: “una habitación con gran cantidad de luz, con equilibrio de sus características acústicas y con un uso del color que garantice un ambiente general tranquilo”. Aalto pensaba en una arquitectura que desarrollase el funcionalismo hacia una dimensión humana, casi íntima. Sin embargo, cuando Domènec convierte su habitación en un verdadero lugar ocupado por la luz multiplicada por fluorescentes (“24 horas de luz artificial” es el título de la exposición), totalmente blanco, con todos los objetos hechos en superficies suaves de madera y una fina capa de yeso, sin esquinas; no estamos muy seguros de encontrarnos en “casa”. Catherine Millet en una conferencia comentaba que no creía que el fin de la modernidad coincidiese con su fracaso, sino tal vez con su éxito, cumplimiento decía ella. En la medida en la que el arte había ocupado la ciudad en espacios públicos e inimaginados hasta la fecha y en la medida que la imagen que los artistas modernos habían creado ocupa nuestras vidas en la televisión, las tiendas, el diseño etc. Su conclusión venía a ser que vivíamos en el paraíso prometido por los artistas modernos, y sin embargo si echamos una ojeada a nuestro alrededor nos damos cuenta de que tal paraíso se parece demasiado al infierno. La habitación de Domènec, la habitación de Aalto, tampoco es demasiado cómoda.

El trabajo de Domènec plantea una incomodidad física: esa habitación, el colmo de la medida humana, es casi cruel en su calidez, en la luz sofocante que oculta los contornos. Y plantea una incomodidad intelectual porque ya no trabaja en los extremos, no busca un contra-argumento frente a la modernidad, no quiere subvertirla, no desvela sus errores, sino que la subraya, la sigue al pie de la letra y entonces muestra que no funciona. ¡Qué no funciona!, ¿qué es lo que no funciona? No será que la habitación de Aalto en Paimio es una excusa, un punto de partida y no el núcleo de la reflexión. Y si ni tan sólo se trata de reflexión sino de la presentación directa de un conflicto irresoluble con los objetos, con nuestros objetos, con nuestras casas y vidas. Porque los objetos, habitaciones y casas de Domènec funcionan perfectamente en cuanto tales. Nos atraen y nos rechazan, hechos de madera y yeso son cálidos y fríos al tiempo. Naturales y artificiales delatan nuestra incapacidad para sostenerlos, en un paraíso que se parece demasiado al infierno. Frente a esa habitación tan segura de si misma que nos expulsa, Domènec tan sólo presenta un díptico fotográfico: “Blanco como la leche”. Un agujero, una caverna, una mísera casa hecha en plastelina, que se desmorona, que es precaria. Entre contradicciones la obra de Domènec está hecha de objetos híbridos.

Esta idea, esta palabra, “híbrido”, es central en el trabajo de Domènec. Cuando al principio escribía que su pensamiento artístico se sitúa en un cruce de extremos, en realidad me refería a una condición híbrida. Pero no es que esa palabra sea imprescindible para explicar la obra (que a diferentes niveles se explica por si sola) sino que muestra una adecuación extraña de encontrar entre el aspecto puramente formal de la obra, su recepción y sus argumentos conceptuales. Al final no nos importa si vivimos el fin de la modernidad o no, sino que entre el desengaño y la mediocridad encontramos retratadas nuestras limitaciones en objetos híbridos hechos de un pensamiento híbrido. Y lo más importante es el control que sobre ello tiene Domènec al medir con precisión lo expuesto en la sala de la calle Mocada, solamente dos obras.

David G. Torres
Barcelona, diciembre 1998
www.davidgtorres.net

24 hores de llum artificial. Després d’Alvar Aalto. Martí Peran

(Text pel catàleg de l’exposició individual Domènec. 24 hores de llum artificial. Sala Montcada, Fundació “La Caixa”, Barcelona, 1998)

 

La literatura contemporània que tempteja el present a fi de descobrir-ne l’expressió que configura el seu perfil, a mesura que el va desentelant, construeix el retrat d’una desfiguració. Hi ha una mena de consens tàcit segons el qual, la descripció de l’experiència de la contemporaneïtat només pot ser expressada des de la negativitat; i això no es una banal incitació al pessimisme poruc, com sovint es malinterpreta, sinó la convicció de que és en el sotrac, en l’envelliment i en la vulnerabilitat dels principis i els valors que ahir constituïen l’univers de referència, des d’on s’han de reconèixer els mots per l’avui. La negativitat es la distància entre el lloc del present i el món que s’abandona.

A resultes de la direcció que senyala aquesta dinàmica, malgrat la voluntat d’impostar sobre el present una expressió nova, al seu darrera plana l’ombra del lloc d’origen, s’escolta encara el rumor d’allò que es defuig. Es aquest lligam amb la historia el que fa inevitable definir el present com a revers; al capdavall, un símptoma mes de la seva intrínseca fragilitat.

24 hores de llum artificial, la instal·lació que aquí presenta Domènec, es la construcció d’un escenari possible per a l’experiéncia contemporània, però, en consonància amb el que acabem d’apuntar, aquest treball només pot ser resultat de declinar una narració prèvia. Es una arquitectura que no soterra formes anteriors, sinó que només capgira la pell dels murs d’unes habitacions arruïnades; no renuncia a l’estructura original, però en canvi cerca identitat en la mateixa negativa a romandre-hi. Cal dones explicar amb antelació la primera casa per aclarir, en la distancia que les separa, la subversió implícita amb la qual es basteix aquest nou refugi.

1.

El darrer somni modern, carregat d’entusiasme i confiat en la capacitat transformadora, s’expressa en diferents amplituds; en ocasions acotat en parcel·les anecdòtiques, com ara la mera renovació del llenguatge de les arts, i en d’altres des d’un programa d’aplicació general, amb voluntat de constituir-se com una plena estructura de sentit. A partir d’aquesta magnitud tant generosa s’ha d’interpretar l’aparent registre estrictament arquitectònic de l’anomenat Moviment modern. En les seves primeres formulacions, dessota la retòrica mecanicista, el racionalisme organitza un ideal rigurós, capaç d’abordar satisfactòriament totes les necessitats fonamentals de l’home modern des de l’exercici d’una raó pragmatica i funcional. En aquest moment inicial, la solidesa de l’objectiu establert determina una sequedat discursiva que sovint es massa propera a la doctrina. Es dictaminen uns principis amb pretenció universalista, sense concessions a cap perticularitat que destorbi l’eix de la consigna de construir un món nou adequat a l’home nou. No obstant, el terannà normatiu d’aquest plantejament aviat es sacseja.

Des de la historiografia de l’arquitectura s’han explicat diferents crisis del Moviment Modern, ara però, lluny de ser fidel a l’ortodoxia de les anàlisis acadèmiques, cal encertar a descriure la correcció essencial que, a partir d’un moment determinat, s’introdueix al cos teòric del primer racionalisme. I, en aquesta perspectiva, la desviació té un sentit ben concret. Esdevé imprescindible relativitzar els plantejaments del fonamentalisme del programa original, excessivament plegat a la rigidesa de les seves il·lusions d’universalisme i cosmopolitisme, vers una major humanització del mateix projecte. Per a desenvolupar aquesta revisió es destaquen tres fronts de debat. En primer lloc, enfront de l’arquetipus de l’home modern, cal rescatar al subjecte particular amb identitat pròpia; tot seguit, i per extensió de la primera premissa, la idea d’un espai mecanitzat, capaç d’acollir amb idèntiques garanties les necessitats de tot individu, ha de substituir-se per un retrobament amb les coses concretes de cada experiència local i singular. Finalment, i com a recapitulació d’aquest procés de revisió, es fa imprescindible reformular la noció de casa per a convertir-la en l’autèntic aixopluc vital d’aquest subjecte individual, mes enllà de la seva perfecció mecànica.

El primer vessant d’aquesta correcció, el restabliment de la identitat subjectiva com a centre de la mateixa operació arquitectònica, es tradueix ràpidament en la proclama organicista. En convertir el factor humà en l’essència de l’arquitectura, l’al·legoria de la màquina es substitueix per l’apel·lació a allò orgànic i viu. Amb aquesta mutació, el nou espai construït ja no s’articula només d’acord a un funcionament rumiat tècnicament, sinó que se sotmet a totes les vicissituds de l’emotivitat. Es tracta, en definitiva, de conciliar el subjecte amb el món de la tècnica per tal de fiançar, en aquest humanisme, una reserva de valor. En mots d’Aalto, es tracta només de salvar a 1’home, condemnat a viure en un formiguer sense sentit. L’home no es cap abstracció dins un programa teòric, sinó la realitat viva entorn la qual ha de gravitar la recerca i el protagonista sobre el qual ha de projectar-se l’especulació de la raó.

Donat que el subjecte individual, i no pas l’universal, es el nou imperatiu per a l’acció, es fa imprescindible de restablir també la semàntica del lloc, de l’indret concret on l’home ha de desenvolupar la seva experiència de vida. Cal passar –en clau arquitectònica­– dels models modulars mecanitzats a un repertori de formes i tipologies mes voluble, capaç de fonamentar el principi de la. qualitat de vida en la possibilitat d’ésser amb les coses. Cal, en definitiva, enfocar l’arquitectura vers la construcció literal d’espais per al viure i això pressuposa habilitar un lloc on el subjecte pugui desenvolupar una relació productiva amb l’entom. Aalto –paradigma d’aquest renovat “regionalisme” que s’empelta al programa racionalista– torna a expressar-ho amb tota rotunditat: l’habitació es troba en milions de llocs diferents les peculiaritats dels quals es modifiquen contínuament. No espot estandartizar l’entorn de manera simplista com un producte mecànic. És des d’aquest prisma d’ordre clarament fenomenològic, que l’arquitecte finès atorga una importància substancial al valor d’allò tàctil. L’individu s’apropia verament d’un espai en la mesura en què aquest es un lloc de coses per a ser tocades i emprades físicament. En realitat, és en aquesta percepció d’un entom i en la gestualitat que es deriva de palpar-lo que l’arquitectura ja no és només una realització per a l’home –el primer nivell de correcció–, sinó la representació mateixa de l’existència.

La màxima expressió de la versació que s’aplica a la primera ortodòxia racionalista resideix en la constitució enfàtica de la idea de casa. Sens dubte que el problema de l’habitatge –com a mòdul essencial de l’estructura urbana– i el de l’habitació –com a cèdula funcional a nivell domèstic– ja eren prioritaris en l’originari programa del Moviment Modern; ara, en el marc d’ aquest programa, l’accent recau en la pressura de convertir aquell lloc perfectament raonat en una autèntica llar. En la línia de les anàlisis heideggerianes, no és suficient bastir un lloc; l’autèntica necessitat per a l’home contemporani és esquivar la indigència espiritual i retrobar una casa, un lloc propi en el qual, el subjecte individual, per a qui ja havíem destacat la importància del seu diàleg físic amb les coses, pugui amb elles acoplar un món. Aquesta és la dimensió real de la llar, allà on l’home troba la seva autèntica propietat.

2.

La revisió del racionalisme que hem resumit fins a aquí, en realitat, tenia per funció optimitzar els plantejaments inicials. No és una increpació sostinguda en la sospita, ans el contrari, vol ser una aportació amb esperit constructiu. No tremola enlloc la il·lusió transformadora; tot just es revisa amb pretensió de fer-la encara més efectiva. Però, malgrat aquesta evidència, el gir que s’ha introduït representa una reconducció del somni vers la realitat i, en aquest viratge, és quasi inevitable la possibilitat de despertar definitivament i desvetllar tot el revers d’aquest imaginari. En efecte, en el mateix període que Aalto capitaneja les reformulacions humanistes en l’mterior del discurs racionalista, tota una plèiade de pensadors conceptualitzen la contemporaneïtat en uns termes que ara podem interpretar com la interrupció sobtada d’aquell somni i com 1’expressió de la consciència explícita de la foscor que l’embolcalla. Si el racionalisme podia humanitzar-se rescatant al subjecte individual, habilitant-li un entorn on poder conviure amb les coses i, en definitiva, construint-li residència espiritual, cadascun d’aquests mateixos eixos ara poden també desocultar el seu revers. Així, la recerca d’una identitat subjectiva i particular pot derivar en una cruel exposició d’un cos precari i vulnerable; l’esforç per a vertebrar un entorn farcit de coses pot delimitar un territori desèrtic i, finalment, l’exigència de casa pot capgirar-se en la simple adequació d’un refugi.

Per exemplificar de forma acurada la reconversió de l’ideal humanista en el retrat d’un subjecte exiliat, ara es pertinent remetre’ns a un model literari. Els personatges de Beckett –una referència constant rere el treball de Domènec– construeixen una sinuosa narració de les penúries que obstaculitzen l’única empresa del viure: trobar una identitat pròpia. La recerca és obstinada i perseverant, però només reposa en l’eixuta constatació de que existeixo i sobrevisc a la meva manera. En l’univers beckettià la necessitat de reconèixer un subjecte singular –el mateix objectiu que s’imposava en la correcció organicista del racionalisme– obliga a una travessa que acaba reduint-lo, precisament, a la categoria d’organisme feble, caracteritzat per la seva vulnerabilitat al dolor. Si, com havíem subratllat, la noció de subjecte no es una abstracció retòrica sinó una realitat viva, l’objectiu de cercar la seva especificitat, en cas de sumergir-se totalment en aquest viatge, imposa el reconeixement de la seva precarietat. Fidels a la consigna llançada per Aalto, i exercint-la d’una forma completa, arribem a un port inesperat: l’últim fonament de la identitat, allò que realment encavalca l’home amb l’instant de l’existència es el dolor i la malaltia. Jünger, Bernhard o Sontag ho han constatat amb diferents nivells d’acceptació.

El segon element corrector que el nou humanisme introduïa a l’ideari racionalista era la recuperació fenomenològica, el rescat del món de les coses per a 1’experiència de l’home. Aquesta expectativa, encara de la mà de Beckett, també té una fondària cruenta. Efectivament, l’autor, ben lluny d’explicar aquell acoplament d’un món en el diàleg entre subjecte i coses, narra la constant inaccessibilitat del més elemental i necessari. Molloy, Moran o Malone –els personatges de la trilogia novel·lada– batallen inútilment per posar les mans sobre els objectes que, tot i banals, els són imprescindibles en el seu sobreviure, el gibrell per a escupir la reuma, el bastó per palpar el limitat espai d’una cambra o la llibreta per a escriure un miserable testimoni del pensament, s’amaguen i es perden en el moment crucial en què se’ls reclama. Aquesta solitud física absoluta de 1’home singular, escenificada en les narracions de Beckett –aquest fracàs del principi d’allò tàctil que es proposava Aalto–, és exactament la mateixa vacuïtat sobre la qual proven d’existir les figures de Giacometti –un bon amic de l’escriptor i un altre referent en el treball de Domènec–, uns personatges foragitats dins la buidor i sense possibilitat de ser entre cap cosa.

Si la casa es podia somniar a través de l’axioma que rescata l’home singular en contacte físic amb les coses, ara, aquest mateix home convertit en un cos fràgil que es belluga a palpenles amb les mans buides, ja només pot amagar-se. La llar lluminosa és el somni de la caverna. En la utopia racionalista, i encara més en la seva matització humanista de l’organicisme, es pretenia construir una residència de sentit per aquell subjecte complet. Ara, aquesta habitació per a la vida ha de transformar-se en un lloc per a guarir, per a preservar la identitat fràgil i, amb el mateix criteri de manutenció, ha de ser un lloc asèptic, despoblat i sense coses. Amb tot aquest clima, malgrat s’insisteixi en conquerir el confort, la casa es transmuta en sanatori.

Fins a aquí, sense desviacions de cap mena, hem utilitzat el treball de Aalto com a model emblemàtic d’una idea determinada de la modernitat, i la narrativa de Beckett com a expressió de l’horitzó final on s’amputa aquella mateixa idea. En conseqüència, no seria lícit insinuar que la referència explícita al sanatori de Paimio –realitzat per l’arquitecte, els primers anys trenta, a la ciutat finesa homònima– que ressona en 24 hores de llum artificial és una estratègia per a reinterpretar Aalto fíns a descobrir-ne un veïnatge essencial amb Beckett. No hi ha cap complicitat entre ambdós autors. Només cal recollir la Memòria referida al sanatori que redactà l’arquitecte per estalviar qualsevol equívoc. En aquest text, l’autor insisteix en la necessitat de primar totes aquelles actuacions i detalls que garanteixin la funcionalitat i humanitat de l’edifici. En aquest sentit, enfatitza el desig d’aconseguir unes habitacions amb gran quantitat de llum, amb un equilibri de característiques acústiques, amb un ús del color que garanteixi un ambient general tranquil i, fíns i tot, amb uns rentamans especials perquè el seu ús sigui el mes silenciós possible. Sens dubte tot això es ben lluny deis angoixants espais de la literatura beckettiana. A 24 hores de llum artificial es planteja una altra cosa ben diferent d’aquesta analogia evidentment absurda.

La proposta que es formalitza en aquesta instal·lació consisteix en situar-nos, precisament enmig del relat que hem desenvolupat, per a evidenciar-ne les tensions internes i no pas per a polir-ne les arestes i presentar-lo com una historia de coherència feliç. El nucli d’aquest treball no pretén subvertir els plantejaments d’Aalto però, en prendre el sanatori per a tuberculosos de Paimio coma model, sí que es vol destapar el fet que en 1’interior dels mateixos pressupòsits del modemisme més optimista hi batega amb estridència la possibilitat de la seva pròpia deriva. En efecte, Paimio és exemplar en el seu plantejament zelós, és un elogi de la civilització filtrada per un ideal humanista, però, malgrat aquesta caracterització, no pot ocultar que el destí final de tot aquest esforç pot reduir-se a acollir i provar de reconfortar una malaltia. Formulat en uns altres termes, és en el mateix descens des de l’ideal teòric del primer racionalisme cap a la realitat del subjecte individual que s’obren les portes per el reconeixement de la misèria i el dolor com els seus únics elements constituents. Les habitacions de Paimio, escrupuloses en l’estudi de la recepció tonificant de la llum natural, enceten així el relat que podria culminar en els espais existencials, de llum artificial, dels personatges-pacients de Beckett: he de dir francament que mai hi ha llum al meu voltant, mai veritablement llum.

3.

La narració que hem provat de reconstruir en els seus punts essencials, planeja darrera del treball de Domènec d’una forma literal. Diferents treballs escultòrics i instal·lacions recreen el repertori formal ideat per Aalto, ja reconvertit en mobiliari d’un escenari beckettià. Així, per exemple, aparents coixineres o rentamans esdevenen instruments violentats, objectes banals es presenten com a estris terapèutics i formes ergonòmiques, paradoxalment, neguen qualsevol possibilitat de confort. 24 hores de llum artificial culmina aquest desenvolupament explícit dels rumors que es detecten darrere l’obra d’Aalto fins a la seva definitiva subversió; però tot el treball de Domènec pot ser revisat des d’aquest registre. Talment sembla que el seu treball es situï, justament, en el punt d’inflexió que, com hem provat d’explicar, condueix fins a Beckett. Al fons, la instal·lació que ara mostra, tot i l’ombra precisa d’Aalto, podria ser perfectament l’habitació on agonitza Malone. .

En efecte, en l’obra de Domènec sempre s’explora la tibantor ocasionada per la reunió d’un doble vessant: la fascinació pel món natural i orgànic –construcció de formes biomòrfiques i ús de materials com la pell o la fusta–, amb ambients sempre neutres, d’una atmosfera estrictament mental; encara que, aquest equilibri Híbrid –un concepte que aglutina diferents treballs– s’ha anat descompensant gradualment.

En una primera i llarga sèrie de treballs, el més visible era l’obstinació per catalogar i conservar formes orgàniques que per la seva mateixa naturalesa precària i efímera només es poden preservar per mitjà de la congelació. Com suggereixen diferents títols –freeze per exemple–, l’única relació que podem mantenir amb el món de les coses consisteix en refredar-les per a protegir-les. I rebaixar la temperatura del món real, malgrat que sigui un acte que anhela de salvar-lo, en última instància, es el primer episodi del reconeixement de la seva desaparició. Aquesta mena de resignació, d’una forma irreversible, determina tota l’obra posterior. A partir d’aquest moment s’abandona qualsevol reducte de sentimentalitat per abocar tot l’esforç en la construcció d’un espai per a la ment recollida. Privats del món real de les coses, assistim al replegament en un espai absolutament artificial. El rostre aliè o Sota zero (com a casa) ja són habitacions només poblades pel pensament desterrat. La netedat d’aquests indrets, tot i la seva analogia amb el rigor racionalista –i també minimalista–, enlloc d’expressar la possibilitat de delimitar un territori real per apropiar-se’n i convertir-lo en el marc de 1’experiència viva, tot just acota un lloc per al solipsisme i la indigència. La progressiva accentuació d’aquest procés culmina en una espècie de burla a la transcendental idea de la casa. Blanc com la llet –ja només el títol conserva aquell equilibri entre la fredor del pensament i l’escalfor del món orgànic– sotraga la remota il·lusió de la casa individual, dipositària de les nostres coses, per a revertir-la absolutament. Per la seva condició únicament visual –és una fotografia– i per la seva estructura tova i tosca, aquesta arquitectura ja no és una casa sinó el desig mateix de refugiar-se en la caverna. Potser ni sols aixopluga, només es la forma d’un forat que dóna accés a la caiguda.

 

Martí Peran

Monthly Archive:
setembre 2024
febrer 2024
abril 2023
desembre 2022
novembre 2022
febrer 2022
octubre 2021
agost 2021
juliol 2021
juny 2021
maig 2021
gener 2019
desembre 2018
novembre 2018
octubre 2018
setembre 2018
juliol 2018
juny 2018
abril 2018
març 2018
febrer 2018
gener 2018
novembre 2017
octubre 2017
juliol 2017
juny 2017
maig 2017
abril 2017
febrer 2017
desembre 2016
novembre 2016
octubre 2016
juliol 2016
juny 2016
maig 2016
març 2016
novembre 2015
setembre 2015
agost 2015
juliol 2015
juny 2015
abril 2015
març 2015
febrer 2015
gener 2015
desembre 2014
novembre 2014
octubre 2014
setembre 2014
agost 2014
juliol 2014
juny 2014
abril 2014
març 2014
febrer 2014
gener 2014
desembre 2013
novembre 2013
octubre 2013
setembre 2013
agost 2013
juny 2013
maig 2013
abril 2013
març 2013
febrer 2013
gener 2013
novembre 2012
octubre 2012
setembre 2012
juliol 2012
juny 2012
maig 2012
abril 2012
març 2012
febrer 2012
gener 2012
desembre 2011
novembre 2011
octubre 2011
setembre 2011
agost 2011
juliol 2011
juny 2011
abril 2011
febrer 2011
gener 2011
desembre 2010
novembre 2010
octubre 2010
setembre 2010
agost 2010
juliol 2010
juny 2010
maig 2010
abril 2010
març 2010
febrer 2010
gener 2010
novembre 2009
octubre 2009
setembre 2009
agost 2009
juliol 2009
juny 2009
maig 2009
abril 2009
març 2009
desembre 2008
novembre 2008